No hay dudas: el sol es un gran enemigo de nuestra piel.
¿Cómo nos protegemos de él en el verano?
¿Qué tan cambiados nos encuentra este verano? ¿Y cómo repercute
esto en la piel? Definitivamente, este verano llegamos todos bastante
cambiados, y no me refiero al aspecto físico, sino “cambiados” en nuestros hábitos,
en nuestras costumbres, en nuestras maneras de hacer las cosas. Claramente, el encierro
que atravesamos y el aumento del tiempo frente a las pantallas al que nos
expusimos todos estos meses son ejemplos de sobra. Esto cambia radicalmente la perspectiva
del cuidado de la piel. Lo cierto es que el verano ya está entre nosotros y
que, a una piel que no fue preparada, solo le queda atravesarlo de la mejor
manera posible, protegiéndola a conciencia. Una vez terminada la estación, evaluaremos
qué podemos hacer para revertir el daño, si lo hubiera.
El efecto de los hábitos en el cuidado de la piel
¿Qué hábitos hemos modificado durante los meses de confinamiento
y cuáles son sus consecuencias más visibles? Hemos cambiado conductas inherentes
a todos nuestros hábitos. Insisto con el excesivo tiempo que pasamos frente a
las pantallas y dispositivos electrónicos (ya sea por las clases virtuales de
los chicos, por el tiempo de esparcimiento, por las horas de home office…), ese
es quizás el cambio más notorio. También se han modificado nuestros horarios
diarios: el tiempo de descanso, las horas de sueño. Sufrimos cambios en la
alimentación, por estar tantas horas dentro de casa, sobre todo durante la
primera mitad del año, cuando todos aprendieron el arte de los budines y la
masa madre ¡mejor que muchos cocineros!
Vemos también cambios en los hábitos sociales, la forma
de relacionarnos, el tiempo que dedicamos a nuestros seres queridos. Todo cambió,
y estas modificaciones afectan a nuestras células, hormonas, cerebro. Y
también repercute en el órgano más grande del cuerpo: la piel. Una piel
que durante todo el año descansó de otro modo, se alimentó diferente y estuvo
expuesta a determinados estímulos externos sin protección es una piel que llega
cambiada al verano; diferente en su capacidad de recepción de todos los
factores climatológicos propios del verano, como el sol, el viento… la
intemperie.
¿Cómo podemos restaurar una piel dañada?
La reparación debe ser, siempre, desde dentro hacia fuera.
Eso, combinado con hábitos de cuidados externos favorables, termina dando
un buen resultado la mayoría de las veces. La piel se expresa, y es fundamental
saber observarla para decodificar lo que está sucediendo en nuestro organismo. Porque
debemos entender que lo que se ve afuera es el resultado de lo que pasa adentro
y de lo que cada uno haga (o no haga) para mejorarla o empeorarla. Lo que se ve
será el resultado de lo que comamos, de lo que descansemos, de la actividad que hagamos, de la exposición a las luces que tengamos, de cómo nos cuidemos; de los
productos cosméticos que elijamos, de las cremas que usemos, de las terapias
antioxidantes que se incluyan… El organismo tiene un sistema de defensa
antioxidante que está modulado por vitamina E, C, Q10, selenio, zinc, entre
otros. Las genera el mismo organismo y, además, son la base de la alimentación saludable.
Entonces, ¿por cuáles tres hábitos podemos empezar para reordenarnos
y estar mejor preparados?
Sin dudas, por una alimentación basada en frutas, verduras y
pescado. De esa forma ingerimos vitaminas A, C, antioxidantes y grasas
saludables.
También es clave reordenar y respetar los horarios de
sueño: lo ideal es dormir entre seis y ocho horas. Podemos favorecer los
ritmos de sueño con algunos pequeños cambios en nuestras rutinas: evitar los
dispositivos electrónicos lumínicos al momento de irnos a dormir, para generar la
producción de melatonina, que es la hormona que favorece al sueño.
Y también podemos regular la exposición al sol, que
definitivamente es necesaria, pero que debe ser en un horario determinado. No
debemos tomar sol en cualquier momento sin importar el reloj, sino hacerlo solo
en el rango horario seguro, y esto es cuando los rayos impactan la piel de
forma oblicua y no perpendicular; antes de las 11 y después de las 16 horas.