¿Imitamos?
¿Creamos? ¿Memorizamos? Descubra cuáles son las formas de aprender que tiene el
cerebro y optimice al máximo su potencial.
Aprendizaje y necesidad
Aprender no es
privativo del hombre. Los
cachorros de león aprenden a cazar acompañando a su madre. Entre los grandes simios,
el aprendizaje de ciertos gestos, por ejemplo el deshojar una rama, varía de un
grupo al otro: existe, en realidad, una enseñanza del adulto al joven, fruto de
una cultura tribal. En el hombre, que nace aún más dependiente que el simio, el
aprendizaje por necesidad, tomará mucho más tiempo.
Tanto para los
animales, como para el hombre, la clave de la educación es la plasticidad cerebral, es decir, la capacidad que tienen las neuronas para modificar
la eficacia de sus conexiones sinápticas cuando se estimulan.
En consecuencia,
para aprender bien, no es necesario poseer un cerebro grande o un importante
número de neuronas. Lo esencial reside en la cantidad de conexiones que
existen entre las neuronas, así como en la frecuencia de sus evoluciones.
El aprendizaje necesita un cerebro maleable. Y el cerebro del hombre, gracias,
sin duda, a su densidad en neuronas espejo, posee una capacidad de memorización
y de imitación poco común.
Aprendemos repitiendo
No existe el
aprendizaje sin memoria.
Y para memorizar, es decir para favorecer la transferencia de información en
la memoria de largo plazo, es necesario repetir. Para que el recuerdo se
impregne, en consecuencia, para siempre, se debe volver a lo mismo, es
decir, a revisar con regularidad. Para retener ciertas referencias, no hay otra
solución más que aprender de memoria. A pesar de las críticas, este modo
de aprendizaje hace trabajar la memoria y, sobre todo, permite adquirir
automatismos que descargan el cerebro. Es suficiente imaginar el tiempo y la
energía que nos sería necesario para hacer cálculos sin conocer las tablas de
multiplicación, para escribir sin dominar un mínimo de reglas gramaticales y de
ortografía o para resolver un problema de matemática con la obligación de
redemostrar todos los teoremas requeridos.
Asimismo, un
comediante que repitió muchas veces su texto puede, en el momento de las
representaciones, dedicarse plenamente a interpretar su papel, ya que se liberó
de la presión que constituye el esfuerzo de rememorización. Repetir no
se limita, por lo demás, a aprender de memoria. Repetir es también
diversificar los contextos de aprendizaje. El objetivo es perennizar los
recuerdos y, sobre todo, lograr una mejor comprensión de los datos complejos.
Nuestros conocimientos no están almacenados así sin más en nuestra memoria,
sino que se descomponen y se unen o asocian con otras informaciones. La prueba
está en que la reminiscencia de un mismo recuerdo nunca se identifica de una
vez: surge con otras remembranzas, cada vez diferentes. Al multiplicar las asociaciones,
la repetición refuerza, a la vez, la memorización y la comprensión.
Comprender ante todo
Memorizar un
texto, un razonamiento, ciertas nociones exige una impregnación lenta con el
fin de dejar al cerebro el tiempo de codificar el recuerdo, pero también
para provocar el disparador que asegure la completa comprensión de un tema difícil.
Si queremos saber cómo funcionan un auto, un avión, un acelerador de partículas
o lo que significa el equilibrio contable, un agujero negro, la dialéctica
trascendental, el metabolismo y hasta una explicación bien hecha, con una
descomposición de los mecanismos por etapas progresivas, debe permitir
entender todo, incluso los datos técnicos, con frecuencia, muy especializados.
El
entrenamiento y el aprendizaje continuo representan un papel esencial: cuantas más ocasiones de aprender y ejercer sus facultades cerebrales se tenga, ya sea por medio de universidades
para adultos, curso a distancia, o por actividades sociales, más se gana en
eficacia, en facilidad y en rapidez.