Ya que es nuestro cerebro quien interviene en gran medida en nuestra visión del mundo, no sorprende que lo que «vemos» difiera, a veces notoriamente, con la realidad física tal como la percibimos con nuestros ojos.
Construcción temporoespacial
No es necesario ver un objeto completo para que sea reconocido: el cerebro recompone la parte que falta o reestablece una imagen completa a partir de los conocimientos adquiridos, de la experiencia, de la cantidad de imágenes ya vistas y de las emociones experimentadas. La percepción visual es, entonces, mucho más la interpretación de una imagen mediante el cerebro que el reflejo «fotográfico» de éste proyectado en la retina. El cerebro conforma una imagen consciente a partir de diferentes materiales, de la que los indicios visuales son sólo son una parte, a la que deben agregarse nuestros conocimientos, nuestra experiencia y nuestras emociones.
Los trampantojos y las ilusiones visuales
El carácter «mental» de la representación de nuestro entorno se ilustra mediante el fenómeno de los trampantojos: la percepción errónea de una o de varias imágenes gráficas.
La necesidad de reconocimiento. Percibimos en la figura 1 un triángulo, cuando en realidad, sus contornos no están dibujados. Este fenómeno se debería a una propensión del cerebro a buscar un sentido a las figuras aleatorias o a completar figuras parciales, si corresponden a partes de objetos conocidos. Se trata de una capacidad esencial para sobrevivir: en un medio denso, a menudo, sucede que una presa o un predador no están completamente visibles. ¡Resulta esencial identificarlos de inmediato a partir de fragmentos visibles!
Grandes ilusiones
Nuestro cerebro puede inducirnos a error cuando cree ver aquello que no existe, porque interpreta el mensaje luminoso de manera errónea. Estas ilusiones muestran los límites
de las capacidades de interpretación del cerebro. También aclaran, en parte, el modo en que funciona la corteza visual, que compara lo visto con imágenes almacenadas en la memoria. De este modo, el aprendizaje incita a numerosas ilusiones: el cerebro interpreta entonces lo que él vio «como aprendido».
Existen dos tipos de ilusiones ópticas: las fisiológicas (que se producen por cómo opera biológicamente nuestro aparato perceptual) y las cognitivas (que se producen por cómo se organiza culturalmente nuestra percepción). En este último caso, la mente suele no ver cosas que sí están. Por ejemplo, un andinista avezado percibe tipos de nieve que un paseante no. La diferencia puede costarle la vida al segundo, así que la diferencia no es trivial.
El cerebro tiene el sentido de la desmesura. En la figura 2, el círculo central de la figura de la izquierda parece más grande que el de la figura de la derecha, cuando en realidad, los dos tienen el mismo diámetro. Este dibujo pertenece a una vasta familia de ilusiones que se basan en la relación de medidas. El error consiste en que el cerebro estima el tamaño de los objetos por comparación, y no mide un valor absoluto. Un objeto ubicado al lado de un homólogo de gran tamaño parecerá, entonces, pequeño y viceversa.
El cerebro es malo en geometría. En el caso de la figura 3, las líneas horizontales parecen curvas, cuando en realidad son perfectamente rectas. Es un efecto del ángulo: el cerebro tiene la tendencia a subestimar los ángulos obtusos y a sobrestimar los ángulos agudos. Por el contrario, sobrestima la longitud de los costados de un ángulo obtuso y subestima los costados de un ángulo agudo, esto explica, por ejemplo, la ilusión de Müller Lyer (figura 4): la línea horizontal de arriba parece más corta que la de abajo, cuando tienen la misma medida.
Problemas de elección. En la figura 5, el cerebro ve un cubo en perspectiva isométrica, pero no puede decidir qué cara está adelante o detrás: el cubo puede «bascular» en todo momento. El cerebro duda entre las dos interpretaciones posibles (y válidas) del dibujo, sin poder decidir.
Poner en perspectiva: el triángulo de Penrose (figura 6)
Se trata de un «objeto imposible», es un dibujo que no representa una forma plausible en tres dimensiones. El cerebro, acostumbrado a una interpretación en volumen mediante la perspectiva, quiere ver aquí un objeto volumétrico que, sin embargo, no puede existir.
Fenómenos bien reales
Nuestro cerebro puede también engañarnos cuando se da cuenta, correctamente, de una realidad física, pero no la interpreta, como el caso de los espejismos.
Espejismos
Al conducir en verano, a veces, pensamos que vemos un charco de agua sobre la ruta totalmente seca. Esta mancha brillante que refleja el cielo es un espejismo. Proviene del hecho de que el índice de refracción del aire varía con su temperatura. En general, el aire es más frío en la altura que cerca del suelo. Los rayos luminosos siguen, entonces, una trayectoria curva, y la imagen de los objetos aéreos parece llegar del suelo. En el desierto, el reflejo del cielo sobre el suelo nos parece como una extensión de agua. En las regiones polares, en donde el suelo es muy frío, los rayos se curvan en sentido inverso: se ven flotar en el cielo objetos situados en tierra. Los espejismos se fotografían, por lo que se prueba que no son alucinaciones.
El palo roto
¿Quién no se sorprendió alguna vez al arrojar un palo en el agua y cree verlo «roto»? La explicación es sencilla: el agua no tiene el mismo índice de refracción que el aire: reenvía, por lo tanto, los rayos luminosos en una dirección ligeramente diferente. Es lo que ven nuestros ojos, y el cerebro no lo corrige, aunque sepamos que el palo no está roto.
En la portada de la revista de Bien Natural de agosto, se trata de una versión de un tipo de ilusión óptica descrita por primera vez por el psicólogo británico Sir James Fraser en 1908. En este caso, una versión de falsa espiral se produce al combinar un patrón de línea regular (los círculos) con partes desalineadas (las líneas o barras de diferentes grises o colores). Sucede que la secuencia de elementos inclinados hace que el ojo perciba giros y desviaciones llamadas “fantasmas” porque en la realidad no están ocurriendo.