Afrontar la muerte es doloroso. Para Julio Bevione meditar sobre ella disipa el dolor.
“Este dolor me está
consumiendo”, me dijo Gabriel, de 48 años, cuando hablamos del reciente
fallecimiento de su madre. Atrás había quedado su buen humor, su sonrisa franca
y la disposición para colaborar que lo distinguía.
El dolor le había hecho perder el optimismo, e incluso la pasión por su trabajo como profesor universitario, tarea por la cual lo había conocido. Al abrazarlo, pude sentir su tristeza. Me habló mucho de su madre, de lo importante que había sido tenerla cerca en los últimos meses, en que convivió con él, su esposa y sus tres hijos, y no creía que nada pudiera llenar el vacío que había dejado con su partida. Afrontar la muerte, le dije, es uno de los mayores desafíos de los seres humanos, pues no sólo nos obliga a aceptar lo inevitable, sino a encarar nuestro propio miedo, que es el más agobiante de todos.
Recordé lo que aprendí
de Paloma Cabadas, investigadora española, autora del libro La muerte lúcida. A menudo, me dijo, nuestro dolor es
egoísta. Para aliviarlo, debemos reflexionar, pensar un poco más en la persona
que se fue y cómo podemos ayudarla. Demostrarle cuánto seguimos amándola.
En tanto más grande es
nuestro dolor, menos ayudamos a quien acaba de partir a estar en paz. Coincido
con Paloma en que una de las mayores dificultades del ser humano es poder
concebir que seamos algo más que un cuerpo, y que la vida tal vez
continúe en un plano que trasciende la materia y nuestros cinco sentidos.
Pero ¿cómo superar el
dolor y recuperar el contacto con la vida? Esto fue lo que le aconsejé a
Gabriel:
1. Permitirnos la
tristeza: para sobreponernos al dolor necesitamos llorar, hacer un espacio a la
tristeza para poder dejarla atrás. Si la contenemos, en cualquier momento aflorará con más
fuerza. Hay una tristeza saludable que nos alivia y libera, que necesitamos
sentir para poder restaurar nuestro interior.
2. Recordar lo agradable: evocar los momentos gratos que vivimos con la
persona que murió y sus cualidades reduce la nostalgia y disipa poco a poco el
dolor. La mente es una gran aliada en esos momentos, pero también una enemiga
silenciosa, ya que puede hacernos mantener vivo el dolor en vez de llevarnos a
la aceptación pensando en lo bueno.
3. Reconocer el regalo
que nos dejan: cuando un ser querido se va, nos
deja un gran regalo para ayudarnos a vivir mejor; por ejemplo, nos hará
descubrir nuevas maneras de usar la libertad, a ser más autosuficientes y a
revalorar la vida y a la gente.
4. Conectarnos en los sueños: paloma dice que, cuando soñamos con la persona que murió, establecemos con ella un contacto etéreo, pero no ilusorio. Si al soñarla nos transmite una sensación de armonía, creemos que se encuentra en paz donde está. De lo contrario, podemos ayudarla a alcanzar la paz visualizándola como si estuviera frente a nosotros y hablándole con la mente clara y el corazón abierto.