Julio Bevione nos brinda algunos consejos para evitar los pensamientos tóxicos.
—Él no me entiende. Es como si habláramos idiomas diferentes. Ya ni siquiera me interesa dialogar. ¿Para qué? —me dijo Angélica cuando le pedí que me contara cómo era la comunicación con su esposo.
En una relación de pareja puede haber pensamientos tóxicos, los cuales dificultan el entendimiento y la sana convivencia. Son ideas llenas de negatividad que se cuelan en la mente en los momentos menos esperados. Es esa voz interna que especula, enjuicia al otro y al final concluye que las cosas son tal como las pensamos, sin permitirnos siquiera analizarlas otra vez. Lo malo de esos pensamientos no es su contenido, sino que terminamos creyendo que son verdad y vemos todo lo que nos pasa de ese color.
En el caso de Angélica, creer que su esposo no la entiende la había hecho desistir de intentar otra manera de dialogar. Ese pensamiento era tóxico, pues situaba el problema afuera, en el otro, y lo hacía más difícil de resolver. Si no hacemos algo para reconocer esos pensamientos y eliminarlos, destruyen la confianza, la empatía y, sobre todo, la intimidad. Socavan la relación porque todos queremos sentirnos apreciados, comprendidos y aceptados por nuestra pareja.
Aunque el esposo de Angélica se mostrara dispuesto a dialogar con sinceridad, los pensamientos tóxicos de ella no le permitirían escucharlo, pues la han convencido firmemente de que ese diálogo es imposible. Para que recuperara la armonía en su relación, le aconsejé que diera estos pasos:
Escribir. Antes de conversar, especialmente sobre temas delicados, identifiquemos lo que nos agobia y escribámoslo. Esto nos ayudará a hacernos conscientes de nuestros pensamientos tóxicos —como creer que tenemos siempre la razón y el otro vive en el error— y determinar si eso es en verdad lo que queremos decirle y en esos términos.
Hacer silencio. Prestar atención a nuestra voz interior nos hace conscientes del “drama” que nos está contando. Las opiniones negativas y los prejuicios se volverán evidentes si reflexionamos en silencio y luego intentamos modificarlos. Ir al punto. Discutir y defendernos a toda costa nos aparta del propósito del diálogo. Es mejor ir al grano y concentrarnos en lo que realmente es importante para la relación.
Ser afectuosos. Cuando estamos frustrados, tendemos a ser fríos con la otra persona y a alejarnos de ella, pero con esa actitud es imposible restablecer el vínculo. Expresemos lo que queremos decirle, pero siempre con cariño y respeto. No esperemos que nuestra pareja lo haga primero; hagámoslo nosotros, y ella nos seguirá.
Estar alerta. Identificar qué actitudes o acciones del otro despiertan nuestros pensamientos tóxicos nos permite atajarlos antes de que contaminen lo que queremos decir.
Hablar de nosotros. Expresemos lo que sentimos y lo que necesitamos. No usemos ese tiempo para decirle al otro lo que debería hacer, sino para invitarlo a reflexionar juntos. No somos sus terapeutas, sino sus compañeros de vida.
Usar las emociones como guía. Los pensamientos tóxicos nos producen emociones tóxicas, y estas son más fáciles de identificar mientras conversamos. Cada vez que surja la ira o la frustración al hablar con nuestra pareja, detengámonos y llevemos el diálogo por el buen camino.