Conocerse a
uno mismo es la clave principal para dominar los impulsos y vivir una vida más
sana y con mejores relaciones.
Las emociones son nuestras aliadas y nuestras enemigas.
Pueden ayudarnos a tomar decisiones correctas tanto como hacernos actuar con
demasiada rapidez y en desmedro del sentido común. Sin embargo, es difícil
encontrar el justo medio que nos permita conducir bien nuestra vida, ya que es necesario
estar alerta a las emociones y evitar dejarse dominar por ellas al mismo
tiempo.
Dominar los impulsos
Un ejemplo clásico de dominación por parte de las emociones
es la conducta impulsiva. La impulsividad es la dificultad para postergar un placer
inmediato en favor de un beneficio superior. En las personas impulsivas, una
zona del cerebro, el cuerpo estriado, se activa de una manera muy importante
cuando se ven confrontadas a un deseo que les resulta irresistible. Puede ser
que esta tendencia impulsiva sea, en parte, heredada en el plano genético.
La impulsividad es una tendencia natural en la infancia y en
la adolescencia. La madurez consiste, sobre todo, en ver a un largo plazo y en
resistir a las sensaciones inmediatas. Una de las funciones de la educación es
precisamente plantear límites y prohibiciones para dar lugar al control
inhibidor. En otras palabras, a la capacidad de diferir placeres y contener los
arranques emocionales.
Las razones del enojo
El enojo y la cólera son sensaciones que surgen en nosotros
inexorablemente. Podemos contenerlas algún tiempo a costa de un gran esfuerzo
de voluntad, pero finalmente, esa censura ya no se mitiga e incluso puede, a la
larga, generar resentimiento y estrés. Resulta curioso, pero el hecho de explotar
no produce más alivio: expresar la cólera provoca en el momento la impresión de
sentirse mejor pero, a la larga, origina un sentimiento de amargura y malestar.
Los psicólogos presentan una estrategia que cada uno puede
desarrollar para hacer frente a los desbordes de las emociones: el control
automático. Se basa en la manera en la que interpretamos lo que nos rodea, en
la mirada que ofrecemos a una situación, más que en la situación misma. Utiliza
una ley esencial de la emoción: ésta no es desencadenada por una situación,
sino por la interpretación que nosotros le damos a ella. Así cada situación
emocional puede dar lugar a una interrogación o a una reflexión sobre el origen
real de nuestra reacción, ya sea que se deba ésta a los celos, al estrés, a un
sentimiento de culpa o a recuerdos del pasado. Librarse a este análisis
introspectivo es útil por dos razones: con frecuencia, basta para
tranquilizarnos y permite un mejor conocimiento de uno mismo, una capacidad
esencial para la inteligencia emocional.
Un largo río tranquilo
Existen evidentemente otros modos de vivir de manera sana
con las propias emociones. El primero es comprender que la mayoría de ellas se
aplacan con el tiempo (El tiempo todo lo cura). En una negociación agitada o en
un conflicto de pareja, a veces es suficiente con ir a tomar aire unos minutos
para volver con el espíritu más sereno.
Por otra parte, ciertos estudios han demostrado que en el
momento en que se vive una decepción se sobreestima siempre su intensidad y su
duración. La toma de conciencia de esta volatilidad de las emociones ayuda a
soportar el presente, pues concluye que un día todo volverá a la normalidad.
Pensar en otra cosa también puede ser eficaz. Las músicas
suaves harían disminuir el índice de la hormona del estrés (cortisol) en la
sangre y cada uno de nosotros ya ha experimentado el poder de distracción del
cine, del deporte o de la música. El orgullo y la idea que uno se hace de uno
mismo también pueden constituir una fuerte motivación. Lo esencial es no ocultar
definitivamente las propias emociones.
El ABC de las emociones
El córtex prefrontal, situado en la parte delantera del
cerebro, almacena las vivencias emocionales vinculadas con situaciones pasadas
y las reactiva en presencia de situaciones presentes. Un buen funcionamiento
del proceso emocional permite, por ejemplo, a un hombre joven que lo ha dejado
la novia por errores de comportamiento que sienta resurgir emociones negativas
si se dispone a reproducir esos mismos errores con una nueva pareja. Si detecta
esta reactivación, corregirá su conducta con el fin de no experimentar un nuevo
fracaso.
Esta facultad de no reproducir los errores permite avanzar en la vida. Para sacar partido de ella, no hay que tratar de desarrollar la
sensibilidad afectiva, sino más bien reflexionar sobre lo que nos impide hacer
caso a lo que nos dictan nuestras intuiciones, ideas preconcebidas sobre el
éxito, la educación o las relaciones en el seno de la pareja. Abandonar por un
momento los esquemas mentales habituales permite tomar en consideración de un
modo mejor las propias emociones.