Nuestros problemas personales más desconcertantes pueden solucionarse con una dosis de matemática creativa.
Hace
poco, comiendo con una amiga, nos pusimos a charlar sobre la vida. Ella admitió
que se había sentido muy sola desde la muerte de su marido.
"Sin
embargo, no puedo quejarme", dijo. “Fue un lindo matrimonio. Mis hijos ya
son independientes. Mi trabajo no es precisamente emocionante, pero es seguro y
podré jubilarme en 15 años. ¿Qué más puede haber
para mí?".
¿Qué
más? Una mujer de 50 años, capaz, experimentada y atractiva, asumiendo que su
vida ha concluido. He visto esto muchas veces y en personas más jóvenes: esa
resignada certeza de que el cambio es imposible. Lo que muchos de nosotros no
advertimos, es que es posible mejorar la calidad de nuestras vidas a cualquier
edad.
Pero es
necesario que seamos nosotros mismos quienes iniciemos el proceso. Cambiar de
trabajo o mudarnos puede darnos el impulso necesario para sumergirnos en el
remolino de la vida. Como podar un árbol grande y descuidado: el resultado será
nuevo crecimiento y más fruta. Una mujer viuda que conozco, vendió su casa y
compró un auto para poder viajar por todo el país y vender sus trabajos en
plata en ferias de artesanos. Hizo nuevos amigos desde Maine hasta Florida;
pasa los inviernos en el sur y los veranos en el norte y hoy parece diez años
más joven. "Hay tanto que aún no conozco —dijo—. Nunca es demasiado
tarde”.
Casi
nunca es demasiado tarde para hacer lo que siempre se ha querido hacer. La
clave es avanzar, hacer cambios. Este camino que muchas personas que conozco
han tomado hacia una mayor felicidad se puede pensar como una especie de
matemática creativa, con sumas, restas, multiplicaciones y divisiones. Los
siguientes pasos pueden resultar de mucha ayuda.
Pruebe
algo nuevo para enriquecer su vida. ¿Recuerda el desafío del primer día de
colegio? Esa sacudida anual nos obligaba a mezclarnos, a interactuar, a
descubrir. El invierno pasado decidí hacer un curso de plomería. Al igual que
la mayoría de las chicas de mi generación, había sido programada para ser
inútil con las herramientas, pero luego descubrí que me intrigaban los tornillos
y las llaves y, más aún, el aprender a usarlas.
Cuando
me puse a pensar quién parecía más feliz entre mis amigos, vi que eran aquellos
que estaban constantemente ampliando sus habilidades, sus intereses y
conocimientos. Ronnie nunca había cuidado más que algún cactus cuando le
pidieron que se ocupara de la violeta africana de un vecino. Un día observó que
se había caído una hoja y la guardó en agua. Hoy tiene una colección increíble.
Añada valor a su vida a partir de la transformación de limitaciones en oportunidades. Cuando las limitaciones son parte de su vida, luche contra ellas o úselas a su favor.
Después
de un accidente laboral que dejó a Martin en una silla de ruedas, se sentía
completamente abrumado e invadido por una fuerte sensación de inutilidad. Un
día le pregunté si podía darle su número de teléfono a la profesora de mi hija
en caso de que no pudieran localizarme y surgiera una emergencia. Al poco
tiempo comenzó a prestar un servicio similar para otras madres que también
trabajaban. Se hizo cada vez más conocido y ahora Martin administra un servicio
de recepción de llamadas. Con el dinero que gana paga los gastos extras que su
pensión no cubre.
“Lo más
importante —dice—, es que estoy haciendo algo y estoy dejando una huella en la
vida de otras personas”.
Reste de su vida las posesiones que sean cargas, las actividades que ya no disfrute. Cuando era pequeña, admiraba el juego de porcelana que le habían regalado a mi madre por su boda: estaba guardado en un armario y solo se sacaba de allí para limpiarlo. “Algún día será tuyo”, decía mi madre. Durante mis primeros años de casada, cuando disfrutaba teniendo visitas y siendo anfitriona, aquellas delicadas piezas de porcelana seguían en el armario. Cuando finalmente recibí todo aquello el año pasado, me di cuenta de que en esta etapa de mi vida no deseaba tener posesiones que demandaran un cuidado especial. Entonces le regalé aquel juego a mi hija. Ella está encantada; y yo aliviada de haberme librado de una tarea más.
Tenga
contacto con otras personas. Mi vida ha mejorado desde que comencé a intentar conocer personas con
estilos de vida y criterios diferentes a los míos. Por ejemplo, por tener
amistad con los hijos de amigos, he conocido música, poesía e ideas que de otro
modo nunca hubiera podido comprender.
Una
mujer que conozco “adopta” abuelos. Los conoce a través del voluntariado que
realiza, pero otras veces se acerca a ellos de forma directa.
“Conocí
a Harry en el supermercado —me contó—. Parecía tener dificultad para leer los
precios, así que le ayudé. Terminé llevándolo hasta su casa. Él me invitó a
tomar una taza de té y ahora vamos de compras frecuentemente. A mis hijos les
encantan las historias de Harry. Piensa que hacemos mucho por él, pero Harry
aporta a nuestra familia algo increíblemente valioso, una conexión con el
pasado”.
Multiplique
sus conexiones con el mundo que lo rodea. “Mi mujer era quien sociabilizaba”, me dijo
Philip. “Tras su muerte me sentí terriblemente solo. Después me di cuenta de
que conocía a muchas personas todos los días. Simplemente no había logrado
verlos”.
Entabló
conversación sobre pesca con mosca con el gerente de una tienda y descubrió un
interés común. Hoy los dos hombres han compartido ya varios viajes de pesca de
truchas.
Viva en una ciudad o en un pueblo, es posible encontrar amigos en el desarrollo de las actividades rutinarias, con solo participar en lo que sucede en su barrio o pueblo. Pero es cada uno el que debe hacer un esfuerzo especial.
Divida
sus responsabilidades y delegue alguna vez a otros. Vivir bien depende, en parte,
de tomar decisiones inteligentes o generar acuerdos. Si quiere más tiempo, más
libertad, o simplemente más ayuda, es preciso aceptar que algunas cosas no se
harán como le gustaría.
Mi amiga Connie, que retomó su profesión, llegó a un acuerdo con su marido para compartir las tareas del hogar de forma alternada: cada uno asume la responsabilidad total de la compra, preparar comidas y lavar la ropa. Cuando le pregunté cómo iban las cosas, Connie se rio. “La comida es realmente mala. Pero, honestamente, no me importa. ¡Ese mes de libertad es maravilloso!”.
Divida
los problemas que parezcan demasiado complejos en segmentos más pequeños que
pueda abordar.
Jenny abandonó la universidad, a pesar de las objeciones de sus padres, para
casarse con un músico. Dos años y dos hijos más tarde, él desapareció y dejó
una montaña de deudas. “Me quedaba en la cama por la mañana —me contó—, me
sentía incapaz de afrontar el día”. Comenzó a ganar fuerza cuando, en lugar de
contemplar aquella desalentadora escena, pudo aislar prioridades.
Convencida
de que su mayor esperanza se basaba en terminar sus estudios, preparó una lista
de cosas por hacer, una a la vez. “Vender el auto para sacarnos del apuro
económico. Investigar sobre préstamos estudiantiles. Volver a solicitar el
acceso a la universidad. Encontrar una casa en un barrio más seguro. Encontrar
una buena guardería. Escribir a mis padres. Contactar con los acreedores para
acordar el pago de la deuda”.
Cuando contactó con sus padres, quienes habían dejado de hablarle después de la boda, quedaron sorprendidos ante la capacidad de resolución de su hija.
Lleve
su esfuerzo a la enésima potencia. Siempre me había preguntado por qué los
publicistas repetían el mismo anuncio con tanta frecuencia. Pero claro, la
repetición posee una fuerza especial. El principio de realizar el máximo
esfuerzo posible funciona en todas las áreas de la vida. Pensemos en la
decoración del hogar. Durante años coleccioné cestos de mimbre. Esparcidos por
la casa, pasaban inadvertidos. Sin embargo, cuando reuní todos los que tenía en
una habitación y los cestos taparon los muebles y cubrieron toda una pared, el
impacto fue sorprendente.
En las
relaciones humanas, donde más importa, el esfuerzo puede generar beneficios
significativos, como sucedió con mi amigo Paul. Paul vive lejos del geriátrico
donde está su madre. Aunque le escribía regularmente largas cartas repletas de
noticias, su madre siempre le transmitía quejas cuando la llamaba por teléfono.
“Estaba
comenzando a preguntarme si de verdad tenía un hijo”, eran sus palabras
habituales para empezar la conversación. Paul le respondía que acababa de
escribirle; ella insistía en que no había recibido noticias en semanas.
Entonces abandonó la rutina de las cartas porque entendió que la concentración
de su madre no era compatible con ellas.
Ahora le envía un mensaje diario, muy breve. A veces es solo una tarjeta, una foto, una nota que dice: “Estoy pensando en ti”. Nunca deja pasar un día sin enviarle algo, y el cambio en la actitud de su madre es sorprendente.
La
felicidad es algo individual, al igual que el camino que conduce a ella. Para vivir una vida mejor,
seguramente no siga todas las recomendaciones sugeridas. Si su problema es la
inercia, el aburrimiento o la soledad, obtendrá más beneficios de la suma o
multiplicación de iniciativas. Si sus días son demasiado frenéticos, es posible
que necesite restar o dividir. Si no está satisfecho con su presente, lo más
importante es actuar.