A veces nos
sentimos tristes sin saber por qué. ¿Es normal? ¿Cuánto tiempo debe durar la
tristeza?
La tristeza es un sentimiento doloroso, una pena que cada
uno puede sentir luego de un suceso doloroso. Es una reacción normal que se
supera generalmente con el tiempo: como cualquier emoción, es con frecuencia
pasajera.
Las imágenes cerebrales muestran que el sistema emocional de
una persona que experimenta tristeza es muy activo, como el córtex prefrontal,
la parte anterior del cerebro que reflexiona, analiza las emociones y crea
imágenes mentales. Fibras nerviosas que parten del córtex prefrontal pueden
activar un centro de placer, el núcleo accumbens, que vuelve la tristeza de
alguna manera «consolable». Unos amigos lo invitan a tomar algo, usted
experimenta placer en hablar e, incluso en reír con ellos gracias a ese
circuito cerebral llamado de la recompensa.
El duelo, tristeza de efectos retardados
La pérdida de un ser querido es una situación
particularmente dolorosa, cuya evolución es lenta y pasa por cierto número de
etapas bastante bien identificadas. Un estudio de la Universidad de Yale
llevado a cabo con 233 personas que habían vivido un duelo, identifica cinco
estadios clave de esta prueba: la incomprensión, luego la pena y la nostalgia,
a los cuales suceden la cólera y la rebelión, la apatía y, por último, la
aceptación. Esta última etapa comienza habitualmente siete a ocho meses luego
de la desaparición del ser querido, pero sigue una evolución progresiva y no se
completa en su totalidad más que al cabo de dos años en promedio.
Puede parecer sorprendente que una situación que es
inaceptable e intolerable termine al cabo de dos años para la mayoría de la gente.
Cuando están abrumadas por el dolor, las personas afectadas por el fallecimiento de alguien cercano no pueden imaginar que, dos años más tarde,
habrán retomado una existencia normal y sufrirán mucho menos. Las emociones
reconocen un comienzo y un final, y la mayoría de los estudios psicológicos
muestran que su duración es generalmente sobreestimada.
El instinto de supervivencia
Los ejemplos de personas que han sobrevivido a situaciones
de angustia extrema muestran hasta qué punto el ser humano encierra recursos
insospechados de motivación y de perseverancia. Así, el aviador Henri
Guillaumet, que se había estrellado en 1930 con su avión en la cordillera de
los Andes, escapó a la muerte a costa de esfuerzos increíbles. Le confió a
Antoine de Saint-Exupéry que llegó para rescatarlo: «Lo que hice no lo hubiera
hecho ni un animal». A pesar del agotamiento, el único pensamiento que le permitió
luchar fue el de sus familiares y el deber de sobrevivir para evitarles el
dolor y el desamparo material.
El psicoanalista austríaco Viktor Frankl atribuyó su
supervivencia en el infierno de los campos de concentración a razones
similares. En lo peor de la desesperación, se aferró a la vida pensando en los
suyos e imaginándose treinta o cuarenta años más tarde, viejo y canoso,
haciendo el balance de una existencia plena.
El hecho de existir para los otros o para un proyecto parece
haber ayudado a esos dos hombres a superarse, enfocándose por medio del
pensamiento más allá de las tormentas de hielo o de los alambres de púas, lo
que les permitió elaborar un futuro que justificara la superación de sus
sufrimientos.