Según los científicos, algunas personas están programadas genéticamente para ser más felices que otras, pero, a pesar de eso, la mayor parte de nuestra felicidad cotidiana está en nuestras manos.
Piénselo: ¿En verdad cree saber lo que es la felicidad? Cuando se siente un poco deprimido, no hay nada peor que toparse con alguien que está muy feliz, eufórico, con ganas de abrazar a todo el mundo. Entonces, se queda sentado allí, con una sonrisa lánguida y un vago sentimiento de fracaso y envidia. ¿Qué me pasa? ¿Qué estoy haciendo mal?
En una palabra, la respuesta es: nada. No le pasa nada. De hecho, es probable que
esté haciendo bien muchas cosas, pero si pusiera en orden los aspectos de su vida en los que falla, podría
empezar a sentirse mejor más
a menudo.
Para hacer este artículo hablamos con expertos en felicidad
de diversos países, y todos ellos coincidieron en afirmar lo siguiente:
• La mayoría de nosotros se esfuerza por ser feliz.
• Merecemos ser felices.
• Podemos aprender estrategias, conductas o maneras de ser
(llámelas como quiera) para
experimentar con más frecuencia un sentimiento de alegría o satisfacción.
Pero antes de explicar el “cómo”, esclarezcamos nuestras
ideas sobre lo que es la felicidad.
La esencia de la felicidad
Para llegar a sentirnos alegres y plenos, resulta útil entender primero lo que la felicidad no es. Muchos expertos concuerdan, por ejemplo, en que ser feliz no forzosamente es lograr u obtener lo que uno desea.
Alicia Fortinberry, psicóloga estadounidense que ha escrito varios libros sobre el optimismo, señala que nuestra sociedad da un valor mayor al consumismo, a la fama y al poder que a los elementos que conforman la verdadera felicidad, entre ellos, tener relaciones de apoyo mutuo con la gente, un vínculo con la naturaleza y un propósito claro en la vida. “Esos valores distorsionados ejercen una tensión insoportable en la vida familiar y laboral”, explica, “lo que lleva a conflictos, fracturas e incluso maltrato en las relaciones. El estrés y el trauma que esto genera afectan nuestro cerebro y sistema nervioso, nos alejan de nuestro estado natural de felicidad y muy a menudo nos ocasionan trastornos de ansiedad y depresión”.
Para tener una vida feliz debe poner mucha atención a sus relaciones sociales. No puede cambiar a los demás, pero sí establecer con claridad las condiciones y los límites del trato con ellos. Una vez que haga esto, su autoestima crecerá y atraerá a su vida más personas que lo apoyen... y más felicidad.
Sonya Lyubomirsky, profesora de psicología de la Universidad de California y autora del libro “La ciencia de la felicidad”, confirma lo que siempre hemos sospechado: el dinero tampoco nos haces felices. “Las investigaciones muestran que en muchas personas ocurre un proceso de ‘adaptación hedonista’: se acostumbran a los bonos cuantiosos, a las casas enormes y a los autos de lujo, y cuanto más tienen, más posesiones materiales necesitan para alcanzar el mismo grado de satisfacción”, señala. En opinión de la psicóloga, los seres humanos somos muy ambiciosos y todo el tiempo queremos más, pero esto, dice, inevitablemente nos lleva a la decepción.
David Crosbie, presidente ejecutivo del Consejo de Salud Mental de Australia, considera que la gente necesita sentirse bien consigo misma para ser feliz. También necesita formar parte de una comunidad, saberse valorada y darle un sentido a su vida. En opinión de este experto, el aislamiento y el desapego son enemigos de la felicidad auténtica.
Crosbie está muy entusiasmado con los resultados de un estudio piloto iniciado hace poco en Australia y cuyo objetivo es mejorar la salud mental de algunos grupos de la población de ese país. El estudio indica que comprometerse con la comunidad, mantenerse activo y aceptar retos tiene un impacto positivo en la salud y la sensación de bienestar de la gente.
En su sentido más llano, la búsqueda de la felicidad es una receta para la insatisfacción con la vida. Vivimos en una era en que todo, incluso la calidad de nuestras relaciones sociales, parece depender del modelo de auto que conducimos, el tamaño de nuestra casa, la marca de cereal que desayunamos o la compañía de telefonía celular a la que estamos suscritos. La búsqueda de satisfacciones inmediatas es una receta para nuestra falta de propósito, realización y valores.
“Cuando las personas realizan una actividad física, trabajan de manera voluntaria para una buena causa o pertenecen a un grupo social, como un club de lectura, empiezan a sentirse mejor consigo mismas”, dice Crosbie. “Por eso aliento a todas las personas a tomarse las cosas con calma, a darse tiempo para participar en algo y a dar un poco más de sí mismas a la gente que las rodea”.
El psicólogo inglés Tony Buzan, creador de técnicas de mapeo mental y asesor en habilidades de pensamiento para gobiernos, empresas e instituciones educativas, cree que la felicidad es un instinto tan vital para nuestra supervivencia como la reacción de lucha o huida que tenemos al encarar un peligro, y que el grado de felicidad de cada persona está grabado en su sistema nervioso. “Si eres feliz, toda suerte de cosas ocurren en tu cuerpo, incluidos el cerebro y el sistema neurofisiológico”, explica. “La alegría te ‘abre’ a las experiencias y las ideas; tus sentidos se hacen más receptivos. Cuando estás contento, absorbes más información y aprendes más. Es muy difícil aprender algo estando estresado. ”Por otra parte, cuando estás alegre, lo irradias. Las personas quieren estar contigo, y te sientes más contento, realizado y seguro”.
El psiquiatra canadiense Norman Doidge, autor de “El cerebro se cambia a sí mismo”, conviene en que el estado de felicidad es muy benéfico para la salud del cerebro, pero cree que los humanos no evolucionamos para ser felices, sino para sobrevivir. “La felicidad es un resultado”, señala. “Es un producto de la suerte y de alcanzar metas bien elegidas, y muchas veces tenemos que sufrir en el proceso de lograrlas. Si, durante un periodo largo, examinamos tomografías del cerebro de una persona generalmente ‘feliz’, encontraremos señales de sufrimiento en algunas ocasiones, y de alegría o placer en otras”.
Sócrates decía que la mayoría de las personas aspiran a la felicidad, pero que todas la buscan de distintas maneras. Algunas la conciben como placer, aun cuando la búsqueda de este las lleve a convertirse en esclavas de sus pasiones y, en consecuencia, a la desdicha; otras creen que la felicidad tiene que ver con el honor y el estatus social, y algunas más encuentran felicidad acumulando conocimientos o tratando de volver su alma “lo más buena que sea posible”.
“Como todos tenemos diferentes experiencias y buscamos la felicidad de distintas maneras”, dice Doidge, “esas experiencias diferentes crean conexiones neuronales distintas en nuestro cerebro, y el resultado de esto es que cada cerebro es único”.
Los científicos, afirma, saben qué aspecto tiene un cerebro infeliz. Por ejemplo, hay nueve regiones cerebrales que generalmente se activan cuando se sufre un dolor crónico; otras zonas entran en acción cuando se experimenta placer, y las personas que buscan diferentes formas de felicidad —las hedonistas, las que intentan mejorar su estatus social y las que aspiran a alcanzar la bondad suprema, por ejemplo— muestran actividad en distintas regiones del cerebro.
Entonces, ¿puede una persona modificar su conducta para cambiar la estructura de su cerebro a fin de que se convierta en un órgano “más feliz”? Al parecer, la respuesta es sí. “He visto cerebros que cambian con el paso del tiempo”, asegura Doidge. Las investigaciones, añade, han mostrado que cada persona tiende a tener un “punto fijo” de felicidad, pero que ese punto no es tan “fijo” y definitivamente se puede modificar.
Sonya Lyubomirsky coincide con él: “Cada uno de nosotros nace con un ‘nivel de felicidad’ fijo. Algunas personas están programadas genéticamente para ser más felices que otras, pero, a pesar de eso, la mayor parte de nuestra felicidad cotidiana está en nuestras manos. Lo único que necesitamos es comprometernos en nutrir nuestra vida emocional”.
La psicóloga asegura que podemos trazarnos la meta de ser más felices de la misma manera en que nos proponemos bajar de peso: “Algunas personas nacen delgadas y no suben de peso aunque coman mucho, y otras engordan con solo mirar la comida. Lo mismo pasa con la felicidad”.
“Cada uno de nosotros nace con una predisposición genética diferente”, continúa, “y todos tenemos circunstancias ambientales distintas, pero si vamos al ‘gimnasio de la felicidad’, sin duda podemos cambiar nuestra perspectiva. Sin embargo, como sucede con todo, necesitamos motivación, compromiso y mucha práctica”.
Al decir de Lyubomirsky, algunas personas sufren depresión clínica y necesitan ayuda profesional; otras no quieren ser felices, y eso está bien. Pero para la gran mayoría de nosotros, la felicidad es algo por lo que vale la pena luchar. Las investigaciones indican que, para aumentar al máximo nuestro grado de felicidad, es determinante tener ciertos valores, entre ellos fe religiosa, altruismo, satisfacción en el trabajo, optimismo y una sensación de libertad individual. Por otra parte, se dice que no profesar una religión, depender excesivamente del gobierno para que nos resuelva los problemas y la obsesión por la seguridad promueven la desdicha.
La psicóloga Alicia Fortinberry cree que, si se dan las condiciones ambientales adecuadas, todo el mundo puede ser feliz. “Existe un gen que predispone a algunas personas a la depresión o al pesimismo”, señala, “pero no se trata de un gen ‘rígido’, sino que se puede activar y desactivar según sean sus circunstancias, sobre todo en función de las relaciones que tengan con otras personas.
”Al contrario de lo que nos dicen la mayoría de los libros de autoayuda, el verdadero secreto de la felicidad es que esta no surge de nuestro interior, sino que nos viene de fuera”.
Seamos felices o no, dice Norman Doidge, sabemos por experiencia que la alegría solo nos dura hasta que nos asalta la inquietud y nos ponemos a pensar en nuevas metas. “Es posible que todos anhelemos la felicidad eterna como el fin supremo, pero no es nuestro objetivo más importante en el día a día”, concluye.
¿Entendió, amigo lector? Esto significa que no ha reprobado la “prueba de la felicidad” de la vida solo porque no esté rebosante de alegría a toda hora y en cada instante.