En situaciones de vida o muerte, el sentido común vale más que los actos heroicos.
"Jamás olvidaré el crujir del metal”, afirma
George Larson, pasajero del vuelo 440 de Indian Airlines, que iba de Chennai a
Nueva Delhi, en 1973. Eran las 10:30 p. m. Durante el descenso de aterrizaje,
la aeronave se impactó con unos cables de alta tensión y se estrelló contra el
suelo. Larson salió disparado de su asiento. Los pasajeros gritaron al ver que
el fuselaje se estaba partiendo en dos.
Lo siguiente que supo Larson es que estaba tirado entre los
escombros. Los tanques de combustible explotaron poco después.
Los fragmentos del avión volaban por doquier. Larson se quitó los
restos que tenía encima y rodó hacia el suelo. Siguiendo su instinto de
supervivencia, se arrastró hacia un lugar seguro antes de que lo alcanzaran las
llamas. De los 65 pasajeros y miembros de la tripulación a bordo, tan solo hubo
17 sobrevivientes. Él fue uno de ellos.
Aunque parezca mentira, mucha gente tarda en reaccionar para
salvar la vida en situaciones de peligro. Durante el terremoto de 2011 en
Japón, las cámaras de seguridad de un supermercado captaron a la gente más
preocupada por evitar que unas botellas de licor se cayeran que por ponerse a
salvo. Y cuando un avión aterrizó de emergencia en el aeropuerto de Denver con
uno de los motores en llamas, los pasajeros, lejos de evacuar de inmediato, se quedaron
ahí para mirar el incendio y tomar fotografías. “Los cursos de supervivencia
van más allá de una serie de pasos a seguir. La gente también aprende a inhibir
ciertas respuestas automáticas”, señala John Leach, psicólogo especialista en
supervivencia de la Universidad de Portsmouth, quien estima que entre 80 y 90
por ciento de las personas responden mal en momentos críticos.
¿Qué
conductas debe evitar en situaciones de peligro?
Paralizarse
Una respuesta típica frente al peligro es, simplemente, no hacer
nada. Durante los ataques con arma blanca en el puente de Londres el año
pasado, el policía fuera de servicio que derribó a los terroristas dijo que los
transeúntes y testigos se quedaron “como perros frente a un auto”.
La reacción es tan universal, que los psicólogos la llaman
respuesta de agresión, huida o parálisis. Conforme distintas sustancias
neuroquímicas inundan el cuerpo y los músculos se tensan, la parte más
primitiva del cerebro, ubicada en la base del cráneo, envía señales para que no
nos movamos de nuestro lugar.
Todas
las especies animales, desde las ratas hasta los conejos, poseen este
mecanismo, un último intento por evadir a los depredadores. Pero, en un
desastre, resulta esencial evitarlo.
Inhabilidad para pensar
Durante la Guerra del Golfo, Israel pensó que Irak lanzaría un
ataque químico. Para preparar a la población, el gobierno distribuyó máscaras y
antídoto contra el gas neurotóxico. Al escuchar la alarma, la gente debía
refugiarse en una habitación hermética y ponerse la máscara.
Entre el 18 de enero y el 28 de febrero de 1991, el enemigo lanzó
39 misiles sobre Israel. El objetivo, casi siempre, fue Tel Aviv. Aunque no se
utilizaron armas químicas, hubo más de 1.000 heridos. Y no por lo que cree.
Según los registros hospitalarios, solo el 22 por ciento de estos
fueron víctimas de las armas. La gran mayoría (más de 800 personas) sufrieron
percances debido al temor infundido por las alarmas.
Siete
ciudadanos murieron porque se pusieron la máscara, pero olvidaron abrir el
filtro; 230 se inyectaron el antídoto aún sin haberse expuesto al gas, 40
lesiones (en su mayoría esguinces y fracturas) se produjeron mientras la gente
corría a los refugios.
¿Qué fue lo que pasó? Nuestro cerebro es
desconcertantemente lento y los desastres ocurren en un santiamén. Los
fabricantes de aeronaves están obligados a demostrar que es posible desalojar
un avión por completo en 90 segundos, ya que después de ese periodo el riesgo
de perecer dentro de una cabina en llamas se incrementa brutalmente. La realidad
es que, en situaciones de emergencia, pelearíamos para quitarnos el cinturón.
“El cerebro tiene una capacidad muy limitada para procesar
información nueva”, dice Sarita Robinson, psicóloga de la Universidad del
Centro de Lancashire, en Inglaterra. En un desastre, la velocidad a la que
pensamos va de mal en peor. “Cuando nos enfrentamos a situaciones demasiado
estresantes, el cuerpo libera muchas hormonas: cortisol, adrenalina,
noradrenalina y dopamina”, explica Robinson. Este cóctel altera el funcionamiento
de la corteza prefrontal, responsable de las facultades mentales superiores,
como la memoria de trabajo. Justo cuando más necesitamos nuestro buen juicio,
se nos olvidan las cosas y estamos más propensos a tomar malas decisiones.
Estrechez de miras
Nos
reconforta pensar que en una crisis podríamos recurrir a nuestro pensamiento
creativo para liberarnos de un problema. Pero... adivinó: sucede lo contrario.
Una respuesta típica ante el desastre es la llamada “perseverancia”, es decir,
intentar resolver un problema por los mismos medios una y otra vez sin importar
los resultados.
Por ejemplo, en las aeronaves ligeras, el cinturón de seguridad
suele abrocharse por encima del hombro. Aun así, la reacción automática de
mucha gente es buscarlo a nivel de la cintura y entrar en pánico al no
encontrarlo donde esperaban. También se ha comprobado que los pilotos
estresados tienden a obsesionarse con un solo control o maniobra. Curiosamente,
el fenómeno de la visión túnel es muy común entre pacientes con daño permanente
en la corteza prefrontal. Lo anterior sugiere que el estrés, dado su efecto
negativo sobre el desempeño de esta área cerebral, es el culpable del
pensamiento inflexible en momentos de crisis.
Obsesión con las rutinas
En el
momento, regresar por la billetera en vez de salir corriendo de una casa en
llamas puede parecer loco o insensato. No obstante, es tan común que los
psicólogos de la supervivencia acuñaron un término para dicha reacción:
“conducta estereotípica”.
“Al salir de casa, uno toma la cartera. Eso ya ni siquiera se
piensa; es automático”, explica James Goff, especialista en gestión de
desastres y emergencias en la Universidad de Nueva Gales del Sur. Cuando el
vuelo 521 de Emirates aterrizó impactándose contra el suelo en el Aeropuerto Internacional
de Dubai, en 2016, la gente se paró desesperada para agarrar su equipaje de
mano, según videos de testigos. Afortunadamente, el incidente no provocó
ninguna muerte.
Y, entonces, ¿por qué no podemos “apagar” estos reflejos
inconscientes? El cerebro confía en aquello que le es familiar. En situaciones
normales, sin estrés, el acto irreflexivo de ponerse de pie para buscar una
maleta cuando aterriza el avión podría ayudarnos a liberar espacio mental que
invertiríamos en tareas novedosas, como ubicarnos en un aeropuerto extranjero.
“Estamos en el presente, pero con miras al futuro”, afirma Leach.
En una emergencia, adaptarnos a una nueva situación puede resultar
demasiado desafiante para el cerebro. Por eso, tendemos a reaccionar como si no
estuviera pasando nada.
La
negación
Una reacción extrema es ignorar el peligro por completo. “Sin
duda, más del 50 por ciento de la población lo hace; se acercan al mar para
contemplar el tsunami”, explica Goff, quien se dedica a concientizar a la
población sobre estas olas gigantescas en áreas de alto riesgo. Según Robinson,
la negación se debe a dos factores: la gente no capta la gravedad del peligro
o, sencillamente, se rehúsa a hacerlo.
Esto último es lo más común en casos de incendio forestal. Y es
que, para muchos, evacuar el área afectada equivale a dar su casa por perdida.
“La gente suele esperar hasta ver el humo, cuando ya es casi imposible
evacuar”, asevera Andrew Gissing, experto en gestión de riesgo de emergencias
en la consultoría Risk Frontiers.
El cerebro tiende a ignorar los pensamientos
estresantes cuando hay mucho que perder. Esto podría explicar los hallazgos de
un estudio reciente, según el cual los pacientes con cáncer esperan cuatro
meses, en promedio, para hablar de sus síntomas con el médico.
Entonces, ¿Qué hacer en un desastre? En opinión de Goff, debemos tener un plan. “Si sabes lo que
tienes que hacer y actúas de inmediato, sobrevivirás hasta a un tsunami”,
asegura. “Eso sí, del susto nadie te salvará”.
Leach lleva años enseñando estrategias de escape a personal
militar, de modo que puedan salir ilesos de escenarios escalofriantes, como
tomas de rehenes y desplomes de helicóptero. Según su experiencia, para salir
de un bache mental lo mejor que uno puede hacer es sustituir las reacciones
automáticas inútiles por otras que ayuden a salvar la vida. “Uno debe
desarrollar conductas adaptativas de supervivencia que tomen control de la
mente en una emergencia”, señala. Por lo general basta con verse en apuros una
vez para crear y adoptar tales respuestas.
Para George Larson, sobreviviente del vuelo 440 de Indian
Airlines, el mayor peligro no fue el desastre en sí, sino lo que vendría
después. Tuvo quemaduras de primer y segundo grado, se fracturó los huesos de
la cadera y el brazo, y se lesionó la vejiga. Para asegurarse de que no hubiera
lesiones internas, los médicos de la India le hicieron una cirugía
exploratoria. Semanas después, la herida seguía sin cicatrizar. Entonces,
movido por una corazonada, el ortopedista de Larson cortó los puntos y metió
unas pinzas en la herida. “Acto seguido, sacó una gasa enrollada que llevaba
ahí 30 días”, recuerda el paciente. Fue un hallazgo afortunado. De no haberlo
hecho, su suerte habría sido otra muy distinta. Para peor.
Estar preparado, actuar pronto, descartar las rutinas por completo
y evitar negar la situación son herramientas para sobrevivir en caso de
emergencia. A veces, también se necesita un poco de suerte.