Aunque no existan recetas fijas, estos consejos pueden servir para
fomentar una buena relación con sus hijos.
1. Trate a su hijo con el mismo respeto con que le gustaría que lo trataran
Si no lo ha oído nunca como consejo seguro que lo ha oído como
mandamiento de la iglesia: no haga a nadie lo que no quiera que le haga, o ama
a tu prójimo como a ti mismo. Es una manera de decir que a su hijo debe
tratarlo con el mismo respeto con el que trata a cualquier adulto, y con el
mismo respeto con el que le gustaría que lo trataran, tanto ahora como cuando
era niño.
2. Comuníquese con él para explicarle lo que va a hacer usted
Y no solo porque cuanto más le hable antes hablará él, sino sobre
todo porque una buena relación se basa en la confianza y en la comunicación.
Empiece desde que es pequeño explicándole lo que va a hacer en cada momento, si
lo vas a vestir, si lo vas a bañar, si luego vas a jugar, si van a dar un
paseo, si les toca ir a comprar. Así se acostumbra a oírlo y usted se
acostumbra a comunicarse con tu bebé, que luego será niño y que necesitará
igualmente de su diálogo para seguir aprendiendo a vivir.
3. Póngase en su lugar
Tanto cuando es un bebé como cuando ya es más mayor. Una de las
causas de que muchos padres se distancien emocionalmente de sus hijos, y les
hagan sentir mal, es que no logran entenderlos. Quizás esperan más de ellos,
quizás les exigen lo que no son capaces de hacer, o quizás se enfadan porque
ven en ellos los mismos defectos que ellos tienen. El caso es que la
reacción de los padres puede no ser justa y se darían cuenta de ello si
lograran empatizar con su hijo, ponerse en su lugar y tratar de entender lo que
sienten, cómo lo sienten y por qué. A veces basta con hacer ese ejercicio y
hablarlo para acercar posturas y tratar de encontrar soluciones constructivas.
4. Dígale que lo quiere
Que parece una obviedad para ellos, pero no lo es. A todos nos
gusta sentirnos queridos, y seguro que muchas veces necesitan que les diga lo
que siente. “Soy muy feliz de tenerte aquí”, “me encanta que seas mi hijo”,
“te quiero mucho” y cosas así los ayudará a sentirse amados y parte importante
de la familia.
5. Pídale que haga lo que usted hace, no lo que no hace
Sea coherente y no le pida que haga aquello que usted no hace. Sólo
tiene autoridad moral para pedirle que haga lo que sí hace usted, porque al
final es más importante el ejemplo que las palabras. De ese modo es
mucho más fácil que interiorice los valores como propios y haga las cosas
porque considere que deben ser así, más que porque “papá me ha dicho que lo
haga porque sí, y punto”.
6. Pase más tiempo con él
Para que una relación sea adecuada, para que
fluya, para que haya confianza y amor, debe haber comunicación y debe haber
tiempo juntos. Disfrute de su presencia, haga que disfrute
de la suya: jueguen juntos, ríanse, cuenten historias, anécdotas.
7. Pídale perdón si se has equivocado
¿Qué? ¿Pedir perdón a su hijo? Por supuesto. Si quiere enseñar a
tu hijo a pedir perdón cuando se equivoque tiene que ser capaz de pedir perdón
cuando usted se equivoca. Si no, correrá el riesgo de que su orgullo y su
necesidad de evitar una posible reprimenda convierta sus disculpas en una
mentira: “yo no he sido”, “es que él me ha dicho que lo hiciera”, “es que...”.
8. Escúchelo cuando tenga algo que decirte
No todo lo que se aprende de una relación padre-madre-hijo es lo
que aprende de nosotros, pues mucho lo aprende solo, y no es él el único. Usted
tiene que aprender con él a vivir la vida de otro modo, desde su ilusión, su
inocencia, su mente pura, su bondad. Cosas que ya ha olvidado, pero él aún
mantiene intactas, de modo que puede darte lecciones de vida increíbles.
Por eso es importante que lo escuche, que le preste atención. A
veces te dirá algo increíble, a veces solo querrá resolver alguna duda, a veces
será algo intrascendente y a veces quizás te esté queriendo decir algo
importante, dando rodeos por no saber cómo expresarlo, y usted no se dé cuenta
por estar por otra cosa.
Si nota que no le escucha lo suficiente, dejará de explicarte cosas
banales, pero quizás también lo que le preocupa de verdad.
9. No lo etiquete
Todos somos muy dados a etiquetar a las personas para hacerlos
encajar en nuestra clasificación personal y ayudarnos a saber cómo proceder con
cada cuál, a determinar si queremos mantener o no una conversación, a sentir
más o menos admiración, más o menos cariño, más o menos lo que sea. Con los
niños lo hacemos también: el pesado, el que no calla, el que habla poco, el
tímido, el inseguro, el vivaz, el maleducado, el envidioso, el despabilado... y
con nuestros hijos podemos caer en el mismo error, que se acrecienta si encima
lo verbalizamos: “qué malo eres”, “qué desastre”, “qué pesado”... No lo haga.
Si algo no le gusta de su comportamiento háblale sobre ello, pero no generalice.
Vale más la pena decirle “intenta tener más cuidado la próxima vez, que esta
semana se te ha caído dos veces el vaso de agua” que “eres un desastre, no sé ni
para qué te dejo beber agua del vaso...”.