¿Cuáles son
los procesos que se producen en el cerebro al enamorarnos? ¿Por qué nos
enamoramos de una persona y no de otra? Toda esa información y mucho más
encontrará en esta nota.
Entre la emoción y el sentimiento solo existe una tenue
frontera. Para ciertos neurólogos, un sentimiento es una emoción que se ha
vuelto consciente. Existe, por lo tanto, una emoción por encima del sentimiento amoroso, una especie de atracción mecánica que aproxima a dos seres aún antes
de que puedan tomar conciencia de lo que les sucede o formularlo.
De la atracción al sentimiento
¿Cómo se produce esta atracción? Principalmente a través de
tres canales: la vista, el oído y el olfato. Cuando un hombre encuentra a una
mujer que le gusta, se desencadenan mecanismos de atracción automáticos.
En el plano olfativo, investigaciones muestran que moléculas
volátiles contenidas en el sudor o las secreciones genitales, las feromonas, se
propagan en el aire hasta fijarse en la cavidad nasal y activar uno de los
centros del deseo sexual, el hipotálamo. Entonces el cuerpo se colocaría en un
estado de excitación favorable a la eclosión del sentimiento amoroso.
Dos mecanismos intervienen a continuación: una selección que
vuelve a tal persona en particular atraída por otra, acompañada de una
amplificación o idealización que va a conducir verdaderamente al sentimiento amoroso.
Media naranja
¿Es posible explicar el mecanismo de selección, es decir, el
momento en que uno fija su atención sobre una persona y no sobre otra? ¿Por qué
uno se enamora de este o esta persona y no de otra? La personalidad, el entorno
y el azar, así como, según ciertos estudios, también influyen algunos factores
químicos no menos sorprendentes.
Seríamos así más sensibles a las feromonas de una pareja
dotada de un sistema inmunitario compatible con el nuestro. Desde el punto de
vista de la evolución de la especie, este mecanismo de selección permitiría
crear uniones cuya progenitura resistiría bien a las enfermedades.
Además de este criterio ligado a nuestra supervivencia, las
características de un rostro juegan, por supuesto, un papel en el proceso de
atracción: algunas son incluso universalmente apreciadas, como la simetría, la
tersura de la piel, el tamaño de los ojos, la forma del mentón y la distancia
entre los ojos y las cejas. Pero, con mucha frecuencia, una atracción refleja
también condicionamientos de la infancia. Según estudios realizados por
psicólogos polacos e ingleses, cuando una niña pequeña vive una relación
afectiva de calidad con su padre, en la edad adulta será atraída por un hombre
cuyo rostro se lo recuerde.
Cuando nace el sentimiento
Una vez que la atracción efectuó su trabajo, la emoción gana
las zonas del cerebro que permiten la toma de conciencia, sobre todo, la
corteza cingulada anterior, que efectúa el vínculo entre las alteraciones
orgánicas de la emoción y la vivencia subjetiva y consciente. Antes de su
intervención, se experimenta una efervescencia difusa, una perturbación, un
malestar. Luego uno se encuentra frente a lo vivido que puede identificar con
palabras y asociar a recuerdos. Entonces se va a poder representar el
sentimiento amoroso, deleitarse con él, sufrir por él y volver constantemente
los pensamientos al ser amado.
Cuando pasa la atracción
En esta etapa de la relación amorosa, los psicólogos hablan
de «pensamientos intrusivos». En todo momento y en todo lugar, el rostro o la
voz de la persona amada invaden el campo de la conciencia, perturbando la
concentración y el apetito. El sentimiento amoroso se anuda de manera verdadera
en esa carencia y en esa obsesión. Estudiosos de la Universidad de Pisa
constataron incluso que los enamorados sufren modificaciones sanguíneas
comparables a las observadas en casos de trastorno obsesivo compulsivo, una enfermedad
en el curso de la cual un mismo pensamiento vuelve sin cesar, a pesar de los
esfuerzos efectuados por deshacerse de él.
De esta manera, el ser amado es investido de una fuerte
carga emocional: cuando lo ve, el cerebro libera importantes dosis de dopamina,
la hormona del placer, en las zonas esenciales para la percepción de las
sensaciones agradables vinculadas al circuito de la recompensa. Esta reacción
bioquímica asegura, al menos por un tiempo, la atracción. Según la psiquiatra
Donatella Marazzitti, de la Universidad de Pisa, esta no tendría más que una duración
limitada y ¡no excedería el año y medio! Un apego duradero puede suceder a ésta
luego, aun si el deseo apasionado se atenúa a medida que se agota la dopamina.
Otras hormonas, las encefalinas, cumplirían entonces una función en la
perennidad del vínculo y suscitarían una sensación de bienestar y una forma de
dependencia positiva.
Los beneficios de enamorarse
Los estudios de Semir Zeki, de la Universidad de Londres,
demostraron que el cerebro de las personas enamoradas parecía particularmente
«pacífico y sereno». La zona del miedo, la amígdala, aparece como apagada y una
región del cerebro con frecuencia activa en caso de depresión; también está
dormida la del juicio crítico: el enamorado ve la vida color de rosa. Esa
disposición puede explicarse por el hecho de que, durante el acto sexual, el
cerebro libera una hormona, la oxitocina, que favorece el don de sí y la
confianza en el otro.