Según el tipo de piel que tenga, la forma de cuidarla
variará para que luzca todo su potencial.
Tanto el invierno como el verano alteran la calidad de
nuestra piel, por lo que no podemos descuidar su cuidado. Sobre todo, si la
sometemos a cambios de temperatura. Esta última, durante el transcurso del día,
pasa por cambios que perjudican su estado.
Ocurre que la piel, como primera barrera de protección,
está expuesta continuamente a la agresión de agentes nocivos. La evidencia
más cercana, que confirma lo antes dicho, es la llegada de la primavera, una de
las épocas del año más cambiantes, donde las temperaturas suben y bajan en breves
espacios de tiempo.
Es, precisamente, cuando más se requiere proteger la piel, puesto
que los efectos negativos no solo son perceptibles en lo inmediato, sino que
a medida que avanzan los años.
Efectos del clima en la piel
La consecuencia más preocupante es notar que nuestra pielse reseca, perdiendo elasticidad, luminosidad e hidratación. Producto de esta
sequedad cutánea, no solo vemos perjudicadas las capas más superficiales,
observables a la vista, sino que también las capas más profundas, las que van
perdiendo la capacidad de concentración y de desarrollo de elementos propios
cutáneos, los que guardan relación directa con el aspecto característico y
saludable de la piel. Así, factores climáticos, el paso de tiempo y estilo
de vida, entre otros, van dejando su huella en nuestra piel, produciendo
alteraciones de tipo cualitativas y cuantitativas.
Determinadas proteínas disminuyen la capacidad de
degradación hacia aminoácidos y sales implicadas en la hidratación de la piel. Asimismo,
caen los lípidos, como lo son el colesterol, los ácidos grasos esenciales y
las ceramidas, los que hacen un aporte muy importante, permitiendo el
mantenimiento de la hidratación, estructura y resistencia de la piel.
Una buena manera de cuidarla de la sequedad es tomar
conocimiento de la existencia de condicionantes que son claves y que nos darán
la pauta a la hora de querer prevenir; de factores dañinos, muchas veces determinantes,
que nos alertan que debemos ponernos manos a la obra.
La influencia de la genética en la piel
La genética es un factor que juega un rol decisivo en
relación a sí una piel resiste más o menos las agresiones del entorno o su
tendencia a la sequedad. Tomar conocimiento de ello nos ayuda: elegir una
alimentación saludable, dormir bien, hasta manejar el estrés, entre otras
decisiones, tiene un impacto benéfico.
Comenzar en etapas tempranas estos buenos hábitos servirá
para aminorar o retardar los efectos negativos. El que la edad y ciertas
enfermedades sean factores aceleradores del deterioro, por lo general no
modificables, nos dice que la protección es primordial.
Finalmente, están los factores desencadenantes, con alto
impacto, si de salud cutánea se trata, pero está a nuestro alcance modificarlos.
Se trata de factores ambientales, químicos, físicos y
nutricionales que, por sí mismos, pueden producir deterioro de la calidad de
nuestra piel y, precisamente, son en los que podemos prevenir o reparar.
Establecer un cuidado diario es fundamental, poniendo en
énfasis en la nutrición, higiene corporal, descanso, protección solar y en el
uso de ropa adecuada, aquella que permite que la piel respire, no se irrite o
reseque con el roce constante.