¿Sabía que ser optimista en extremo puede ser tan dañino
como ser pesimista? Descubra por qué un exceso de optimismo nos lleva a ignorar
nuestros verdaderos sentimientos.
Fuente: thehealthy.com
Adopté el pensamiento positivo luego del
fallecimiento de un amigo cercano unos años atrás, mi esfuerzo habitual por
mantenerme optimista no parecía estar funcionando. “Al menos no sufrió”, me
decía a mí mismo. “Usa esto como un recordatorio de que debes contactarte más
seguido con tus amigos.” Esas habrían sido ideas salidas en otro momento, pero
ahora tampoco ayudaban. A veces, pensar de esa manera me hacía sentir peor. Me
di cuenta de que estaba mejor si simplemente me permitía estar triste.
Son muchas las personas que adoptan el pensamiento positivo ante una
desgracia. También son muchos los que recomiendan a otros enfocarse en
el lado bueno de las cosas. Puede ser un muy buen consejo. Además, la actitud positiva se asocia con una gran variedad de beneficios potenciales tanto para
la salud mental como física, como reducción del riesgo de contraer gripe y
una mayor longevidad. No obstante, esta práctica puede adoptar diferentes
formas y no todas son necesariamente favorables. Si la búsqueda de la
visión positiva le impide procesar emocionalmente las situaciones o invalida
dicho proceso, el resultado puede ser sorprendentemente negativo. Esto
puede suceder en cualquier circunstancia. Pero tal como una inmensa cantidad de
personas ha aprendido durante la pandemia de coronavirus, las oportunidades
para el desarrollo de una positividad tóxica habitualmente abundan durante
períodos de crisis.
¿En qué consiste la positividad tóxica?
A pesar de los potenciales beneficios que puede traer
aparejados, la positividad puede volverse tóxica cuando comienza a silenciar
y ahogar todo lo demás. “La positividad tóxica tiene lugar cuando las
personas usan o exigen una emoción positiva o una actitud optimista de un modo
que lleva a aquellos con preocupaciones legítimas a sentirse oprimidos o
ignorados”, explica Stephanie Preston, Ph. D., profesora de Psicología de
la Universidad de Michigan. “Esta actitud puede materializarse de distintas
maneras, desde personas que tratan activamente de mantener elevado su propio ánimo
o que buscan negar o ignorar la realidad, hasta otras que enérgicamente impiden
que otros manifiesten preocupaciones o inquietudes incómodas. Cualquiera sea el
caso, el otro percibe esta actitud como represiva o invalidante”. “No se
trata de un término clínico”, señala Saltz, MD, profesora adjunta de Psiquiatría
del Hospital Presbiteriano de Nueva York perteneciente a la Universidad
Cornell. “La positividad tóxica es una especie de concepto no científico”,
afirma la experta, para referirse a un uso tan amplio del mecanismo de
defensa de la negación o represión que la persona se rehúsa a admitir todo
aquello que pueda causar sentimientos negativos, como tristeza, ansiedad o ira.
¿Cuáles son los riesgos del exceso de optimismo?
La existencia de la positividad tóxica no condena el
optimismo en general. Es importante tener una perspectiva positiva de las
cosas; alentar a otros a ser positivos también puede resultar muy útil cuando
la motivación es sincera. “Es normal. querer sentirse bien y tomar medidas para
mantener la propia cordura es una forma de adaptación”, afirma Preston. “Tratar
de alejar los sentimientos negativos respecto de aquellas situaciones que
pensamos que no podemos controlar es una conducta adaptativa; también es
normal querer evitar las emociones incómodas.” Pero cuando alguien busca
imponer esta necesidad a otros, ya sea diciéndoles cómo deben sentirse, criticándolos
por ser demasiado negativos, exigiéndoles que elijan siempre temas placenteros,
o tan solo publicando fotos de montañas o gatitos, entonces es tiempo de tomar
distancia y ver qué sucede”, señala.
La importancia de tener sentimientos genuinos
La vida no siempre es positiva y tampoco debemos esperar de nosotros mismos un estado positivo permanente, comenta la Dra. Saltz. La cantidad adecuada de positividad varía según cada persona y situación. Tal como señala Preston, algunas personas, como aquellos que sufren ansiedad crónica o depresión, comúnmente experimentan niveles más elevados de emociones negativas que otros. “Eso puede resultar incómodo, abrumador y hasta insoportable para quienes no pueden identificarse con dicho estado”, afirma. Como resultado, el problema mental se siente aun peor cuando quienes rodean a estas personas no logran escuchar, valorar o apoyar su situación, que es verdaderamente real para ellos aun cuando no sea lo que otros están experimentando. Cuando nuestras emociones encuentran intolerancia como respuesta, podemos sentirnos forzados a internalizar la idea de que dichos sentimientos son inherentemente incorrectos. Una vez que eso sucede, muchas personas comienzan instintivamente a evitar o a reprimir esas emociones, tal vez sin siquiera advertir lo que están haciendo.
Tomado
de: www.thehealthy.com