Siempre que cerramos algo, un año, un proyecto o un proceso,
obtenemos algún aprendizaje.
Todas las sociedades tienen ritos dentro su cultura: ritos
de iniciación, de despedida, de compromiso (como es el matrimonio) y de paso
hacia la adultez (en el caso de los adolescentes). Estos ritos ayudan, por
un lado, a cerrar un proceso anterior y, por otro, lado comenzar uno nuevo.
Nuestra vida es una trayectoria permanente, un camino hacia el vivir donde, en
el mismo acto de vivir, vamos gastando los años; por lo tanto, el ensayo de
vivir es parte del acto de vivir, a la vez, lo que no nos permite tener
treguas, motivo por el cual se hace importante adoptar conductas de
remirarnos cada cierto tiempo: los fines de año, son una buena excusa para
ello. En estos dos aspectos es donde radica la importancia de ir
cerrando procesos, y hacerlo de manera consciente, ya que nos ayuda a mirarnos
en esta trayectoria, observando y evaluando el pasado, con todas las
herramientas que tenemos en este presente, de manera de poder proyectar nuestro
futuro. Si esto no lo hiciéramos a lo largo de la vida, sería difícil
focalizarnos hacia lo que queremos o lo que soñamos; es decir, hacia nuestros
objetivos en la vida, y sería muy fácil perderse. Por lo tanto, tener la
posibilidad de ir realizando cierres nos ayuda también a mirarnos en este
proceso y no dejar en “pendiente” una historia, un proyecto que nos desgasta en lo emocional y no nos permite avanzar.
Menos borrón, que proceso
El cierre de procesos no es un borrón y cuenta nueva, ya
que en cada nueva historia o proyecto, partimos de aprendizajes que ya tenemos.
Una relación, aunque haya terminado, nos ayuda a aprender a cómo
relacionarnos, cómo resolver conflictos, cómo aprender a amar. El término de
año supone también, un cierre de procesos académicos para aquellos que están
estudiando o un cierre de procesos en las empresas, pero también es un cierre
de un año, donde (yo) tenía cierta edad, donde nos pasaron cosas, y por ende,
implica, poder compararlo con lo que teníamos pensado y también poder mirar
los aciertos, los errores, los recursos, las dificultades, para que con
ello podamos pensar en un nuevo proceso y un nuevo año. Me gusta la idea de
“proceso”, ya que todo proceso conlleva trabajo, tiempo, recursos, y
propósitos. Por ende, no son momentos aislados, sino un cúmulo de
vivencias. Por ejemplo: el amor no nace de un momento, sino de la suma de
estos, de la suma de gestos, de vivencias, de tiempo juntos, por lo que
enamorarse significa un proceso de trabajo en conjunto. Volvamos al cierre
de procesos, para que estos puedan realizarse, en ocasiones vale la pena
unirlos a ritos de cierre, ya que estos rituales cumplen la función psicológica
de hacernos sentir que concretamos una actividad, una historia, un
proyecto, ya sea por- que llegó a su fin o porque necesitamos ponerle fin.