De vez en cuando, hasta las personas más honradas mienten, hacen trampa o traspasan los límites. ¿Es un problema ético de personalidad?
Cuando yo tenía 30 años usaba una credencial vencida de estudiante de posgrado para comprar entradas de cine con descuento (le hice un borrón en la fecha). Pensaba: Cuando se vive en una ciudad tan cara, vale la pena hacer estas cosas.
Si vos, en ocasiones, también rompés las reglas entenderás esta paradoja.
Nos consideramos honrados a pesar de que al menos una vez al día hacemos trampa, mentimos o infringimos reglas: nos formamos en la fila rápida del supermercado con demasiados víveres, faltamos al trabajo sin un motivo justificado, subimos al avión antes de que nos llamen o mentimos para dar ventajas o beneficios a nuestros hijos.
Los científicos que estudian las transgresiones cotidianas creen que éstas no obedecen a nuestra manera de ser, sino a las circunstancias: podemos romper las reglas en algunas condiciones y bajo ciertos estados mentales, pero no en otros.
El factor creatividad al romper las reglas
Hace años Francesca Gino, profesora de la Universidad Harvard, y Dan Ariely, economista conductual de la Universidad Duke, se preguntaron si las personas con un CI alto tendían más a hacer trampa. Descubrieron que la falta de honradez no se correlaciona con la inteligencia, pero sí con la creatividad. Cuando les plantearon dilemas éticos a los empleados de una agencia de publicidad, los redactores y los diseñadores se mostraron más proclives a romper las reglas que los contadores.
Cuanto más creativo seas, más fácil te será justificar una falta. Ponete a prueba. ¿Por qué robaste material de la oficina? Podrías alegar que trabajaste durante el almuerzo o que las empresas compran el material barato. Así es como los creativos “reformulan” un hecho. Y, según Gino, es fácil inducir un estado mental creativo en casi cualquier persona con solo usar señales sutiles.
En un estudio, los participantes de un juego de apuestas a los que se indujo a pensar de manera flexible (se les dio a leer un texto que incluía palabras como original, novedoso e imaginativo) hicieron trampa más veces que los que no recibieron esa inducción. “Trabajar para una empresa que fomenta la originalidad y la innovación puede aumentar nuestra tendencia a hacer trampa”, dice Gino.
El factor prestigio al hacer trampa
Imaginá a dos contadores que descubren una anomalía en los libros. Uno la toma en serio y el otro le resta importancia. ¿A cuál de los dos le creerán? Cuando el psicólogo holandés Gerben van Kleef les planteó esta pregunta a los participantes de un estudio, casi todos se inclinaron por el segundo contador. Los poderosos rompen las reglas; por lo tanto, romper las reglas hace que uno parezca más poderoso.
“En algunos casos, romper las reglas es saludable”, dice Zhen Zhang, de la Universidad Estatal de Arizona, quien descubrió que faltas relativamente menores en la adolescencia (como pintar grafitos o escaparse de la escuela) vaticinan una ocupación respetable en la edad adulta: empresario. Cuando los hombres jóvenes corren riesgos y se salen con la suya, sus niveles de testosterona se elevan. Esta hormona quizás esté detrás del “efecto ganador”, dicen los investigadores John Coates y Joe Herbert, de la Universidad de Cambridge, quienes midieron la actividad hormonal de agentes de bolsa (todos varones) en sus días buenos y malos en el mercado. Cuantos más aciertos tenían, más se elevaba su nivel de testosterona y más grandes eran los riesgos que corrían.
Sin embargo, en ciertos casos correr riesgos se vuelve un acto desmedido e irresponsable, lo que provoca un “embotamiento ético”. Pensá en Steve Jobs: a medida que Apple fue creciendo, también aumentaron las demandas en su contra (por ejemplo, por las patentes).
Ser rico parece mermar la ética. En un estudio en el que los sujetos de un grupo jugaban para ganar 50 dólares, los que tenían ingresos anuales de más de 150.000 dólares eran cuatro veces más proclives a hacer trampa que los que ganaban menos de 15.000 al año. Los participantes de mayores ingresos no detenían sus autos en los cruces peatonales tan a menudo como los sujetos de ingresos menores.
Esto es porque el entorno, y no un rasgo de personalidad, nos impulsa a romper las reglas, dice el psicólogo Andy Yap. Él y sus colegas pidieron a voluntarios que eligieran entre un asiento ancho y cómodo y uno más angosto, o entre una oficina ejecutiva y un cubículo; luego evaluaron sus respuestas a distintos dilemas éticos. En los entornos espaciosos, los participantes decían sentir más poder y ser más proclives a robar dinero, hacer trampa en un examen y cometer infracciones de tránsito en una prueba de conducción simulada.
El factor adhesión al violar las reglas
No nacemos con un sentido claro de rectitud respecto a todos, señala Joshua Greene, psicólogo de la Universidad Harvard. Evolucionamos de criaturas tribales que acataban las reglas de sus pequeños grupos (nosotros), pero no las reglas del resto del mundo (ellos). Quizá nacemos con un sentido intuitivo del bien y el mal, pero nuestra cultura lo afina. Si tu tribu descarga música pirata, vende cosas robadas o acepta sobornos, es muy probable que vos hagas lo mismo o que encubras a tus compañeros.
El factor equidad en quienes rompen las reglas
Imaginate que viste a alguien pasarse un semáforo en rojo, o que ascendieron a un colega que se fue de fiesta con el jefe, y vos, que trabajaste duro, no obtuviste nada. Lo más probable es que tengas deseos de vengarte o, por lo menos, de nivelar las cosas.
Para evaluar el instinto de equidad, Leslie John y dos colegas de la Universidad Harvard les dijeron a los participantes de un estudio que otros sujetos iban a ganar más dinero que ellos por responder preguntas correctamente en unas trivias. Adiviná qué pasó. Los que se creían en desventaja hicieron más trampas que los que pensaban que todos iban a recibir la misma paga.
Solución: el autocontrol
La verdadera amenaza es permitir que las transgresiones menores crezcan como bolas de nieve. Imaginate al ciclista Lance Armstrong pensando: “Solo esta vez. Bueno... una vez más.” Con el tiempo, la gente se acostumbra a hacer trampa. Los chicos de secundaria que hacen trampa en los exámenes son tres veces más proclives a mentir e incurrir en engaños que los que no son tramposos, según un estudio reciente.
Hay algunos antídotos. Descansá y alimentate bien; somos más propensos al engaño cuando estamos hambrientos o cansados. Reflexioná sobre cómo juzgan tus actos los demás. En un experimento clásico, el dibujo de unos ojos en la caja de colecta de la cafetería de una empresa ayudó a fomentar la honradez.
Cuando las personas firman una declaratoria para decir la verdad al principio, y no al final, de un formulario de impuestos o solicitud de trabajo —antes de poder hacer trampa— tienden mucho menos a ser deshonestas. Lo mismo ocurre cuando se les pide que recuerden los Diez Mandamientos antes de un examen, sean o no creyentes.
Casi todos necesitamos tener una autoimagen positiva. Cuando, en un estudio, investigadores de la Universidad Stanford usaron el sustantivo trampa (“Por favor, no hagas trampa”), los participantes siguieron haciendo trampa porque no se sintieron aludidos. Cuando usaron el adjetivo tramposo (“No seas tramposo”), ninguno hizo trampa.
El novelista Wallace Stegner lo resumió así: “La sabiduría comienza cuando uno reconoce que lo mejor que puede hacer es elegir bajo qué reglas quiere vivir”. A lo cual añadió: “Es una imbecilidad persistente y agravada pretender que uno puede vivir sin reglas”.