Las técnicas de respiración resultan de gran ayuda a la hora
de abordar el mal de Alzheimer.
El ejercicio era sencillo: inhalar contando hasta cinco y
exhalar contando hasta cinco. Hágalo durante 20 minutos, dos veces al día,
durante cuatro semanas. Estas breves sesiones de respiración tuvieron
efectos significativos: la variabilidad de la frecuencia cardiaca de los
voluntarios aumentó durante cada período del ejercicio y los niveles de péptidos
beta-amiloides circulantes en la sangre disminuyeron durante las cuatro semanas
del experimento. Este es el resultado de un nuevo estudio de Mara Mather,
profesora de la Facultad de Gerontología Leonard Davis de la University of
Southern California (USC). Publicado en abril pasado en la revista Scientific
Reports. El estudio puede ser el primero en descubrir una forma en que los
adultos, tanto jóvenes como mayores, pueden reducir sus niveles de
beta-amiloide, asociados a la enfermedad de Alzheimer: mediante ejercicios
de respiración que disminuyen los niveles en la sangre. Esto se debe a que la
forma en que respiramos afecta a nuestro ritmo cardíaco, el que —a su vez—
afecta a nuestro sistema nervioso y a la forma en que nuestro cerebro produce
proteínas y las elimina. Cuando estamos despiertos y activos, solemos utilizar el
sistema nervioso simpático. A veces se lo conoce como el sistema de “lucha o
huida”, pero también lo utilizamos para hacer ejercicio, centrar la atención e,
incluso, para ayudar a crear recuerdos duraderos. Mientras el sistema nervioso
simpático está activado, no hay mucha variación en el tiempo entre cada latido.
En cambio, cuando el sistema parasimpático está activado, la frecuencia
cardíaca aumenta durante la inspiración y disminuye durante la espiración.
“Limpieza” desde el corazón
Cuando somos jóvenes —o mayores, pero estamos muy en forma— nuestro
cuerpo se desliza fácilmente entre el sistema nervioso simpático y su
compañero, el sistema nervioso parasimpático. A veces conocido como la parte de
“descanso y digestión” de nuestro sistema, el sistema nervioso parasimpático
nos permite calmarnos, digerir fácilmente los alimentos y dormir profundamente.
Cuando se producen este tipo de actividades, la variación entre latidos es
mayor. Pero a medida que envejecemos, según están aprendiendo los científicos, nuestra
capacidad para acceder a nuestro sistema nervioso parasimpático —y, por tanto,
a la variación de nuestro ritmo cardíaco— disminuye drásticamente. Un
estudio realizado en 2020 con relojes inteligentes descubrió que la variabilidad
de la frecuencia cardíaca disminuye una media del 80 % entre los veinte y los
sesenta años. Este hallazgo podría explicar en parte por qué nos cuesta dormir
profundamente a medida que envejecemos. “Sabemos que los sistemas simpático y
parasimpático influyen en la producción y eliminación de péptidos y proteínas
relacionados con el alzhéimer”, afirma Mather, que dirige el Laboratorio de
Emoción y Cognición de la Facultad de Gerontología Leonard Davis. “Sin embargo,
se ha investigado muy poco sobre cómo estos cambios fisiológicos en el envejecimientopodrían contribuir a los factores que hacen propicio que alguien desarrolle o
no la enfermedad de Alzheimer”.