¿Piensa que el COVID-19 es ya algo del pasado? Piénselo de
nuevo: al menos 65 millones de personas en el planeta sufren en este momento de
COVID prolongado.
Y, peor todavía, el 10 a 12 % de todos los que se
infecten o reinfecten, a partir de ahora, podrían terminar padeciendo esta condición.
Y no siempre los casos más graves. Así lo afirma un estudio de investigadores
de Patient- Led Research Collaborative y el Scripps Research Translational
Institute, en los Estados Unidos, los que recuerdan que “las reinfecciones
son cada vez más frecuentes (...). Las primeras investigaciones muestran un
riesgo creciente de secuelas prolongadas del COVID después de la segunda y
tercera infección, incluso en personas con doble y triple vacunación. Los
datos médicos existentes sugieren que las infecciones múltiples pueden causar daño
adicional”. Y agregan que, “también hay evidencia preliminar de que ciertas
respuestas inmunitarias en personas con COVID prolongado, incluidos niveles bajos
de anticuerpos protectores y niveles elevados de autoanticuerpos, pueden
sugerir una mayor susceptibilidad a la reinfección”.
Novedad sobre el COVID prolongado
El COVID prolongado es una enfermedad multisistémica que
abarca encefalopatía miálgica y síndrome de fatiga crónica (EM/SFC),
disautonomía, impactos en múltiples sistemas de órganos y anormalidades vasculares
y de coagulación. Las opciones de diagnóstico y tratamiento son
insuficientes. Una novedad es que el virus puede provocar disautonomía. Se
trata de una condición en la cual el sistema nervioso autónomo (SNA)
empieza, por así decirlo, a desajustarse, a perder sintonía. El SNA es la
parte del sistema nervioso que controla la presión arterial, la frecuencia cardíaca,
la digestión, la sudoración, temas de visión y otros procesos automáticos del cuerpo.
Es decir, muchas de las funciones vitales que nos mantienen vivos no son mayormente
afectadas por nuestra voluntad. Uno de los síntomas más comunes de la
disautonomía es sentirse mareado o desmayarse al ponerse de pie. Los médicos
llaman a esto “hipotensión ortostática”. Quienes resultan afectados por
esta disautonomía provocada por el virus deben superar la incredulidad, incluso,
del personal de salud. “Los médicos que no están familiarizados con la EM/SFC y
la disautonomía a menudo diagnostican erróneamente trastornos de salud mental
en los pacientes”, dicen los investigadores. Es por ello, que, “para preparar a
la próxima generación de proveedores de atención médica e investigadores, las
facultades de medicina deben mejorar su educación sobre pandemias, virus y
enfermedades iniciadas por infecciones, como el COVID prolongado, la
disautonomía y la EM/SFC, y las evaluaciones de competencias deben incluir
estas enfermedades”, agregan. Lo anterior es muy relevante porque, por ahora,
el COVID largo no va a desaparecer: “La incidencia se estima en un 10-30 % de
los casos no hospitalizados, un 50-70 % de los casos hospitalizados y un 10-12
% de los casos vacunados. El COVID largo se asocia con todas las edades y
gravedades de la enfermedad en fase aguda, con el mayor porcentaje de
diagnósticos entre las edades de 36 y 50 años, y la mayoría de los casos de
COVID largo se encuentran en pacientes no hospitalizados con una enfermedad
aguda leve, ya que esta población representa la mayoría de los casos generales
de COVID-19.
Cómo se genera el COVID prolongado
Lentamente se avanza en la comprensión de los complejos
efectos del SARSCoV-2 y en cómo se genera el COVID largo. Estudios previos
han descubierto que dos virus, el de Epstein-Barr (EBV) y el herpes virus humano
6 (HHV-6, según sus siglas en inglés), se reactivan en algunos afectados por el
COVID-19. Esto afectaría a la operación del metabolismo de la energía,
explicando el agotamiento. “Un trabajo reciente todavía no oficializado,
informó que la reactivación de EBV está asociada con fatiga y disfunción neurocognitiva
en pacientes con COVID- 19 prolongado”, dicen los científicos.
COVID prolongado en niños y adolescentes
El COVID prolongado no es un tema solo de adultos. También afecta a niños y adolescentes de todas las edades. “Un estudio encontró que la fatiga, el dolor de cabeza,
los mareos, la disnea, el dolor de pecho, la disosmia, la disgeusia (trastorno
del gusto), la reducción del apetito, las dificultades de concentración, los
problemas de memoria, el agotamiento mental, el agotamiento físico y los
problemas para dormir eran entre 2 y 36 veces más probables en las personas con
COVID de 15- 19 años, en comparación con controles de la misma edad”, exponen
los científicos. De manera similar a los adultos con COVID prolongado, “los
niños con COVID prolongado experimentan fatiga, malestar post esfuerzo,
disfunción cognitiva, pérdida de memoria, dolores de cabeza, intolerancia
ortostática, dificultad para dormir y dificultad para respirar”. Se ha registrado
daño hepático en niños que no fueron hospitalizados durante infecciones por
SARS-CoV-2 del síndrome respiratorio agudo grave. Lo anterior pinta un
escenario nada brillante para cientos de millones de personas, dado que, si
bien el COVID largo puede desaparecer por sí solo, en general, ello puede
tardar entre tres meses a dos años. Y no en todos los casos. Además, comienza a
aparecer evidencia de que su aparición varía según la cepa del virus y que
existe una agudización de los síntomas en un porcentaje alto de quienes reciben
vacunas de refuerzo (aunque, cabe aclarar “que las vacunas brindan
protección parcial, con un riesgo reducido de COVID prolongado entre 15 % y 41
%”). Frente a ello, los investigadores señalan que hay una amplia gama de posibles
opciones de tratamiento de EM/SFC y la disautonomía, “que cubren varios
mecanismos, incluida la mejora de la función de las células asesinas naturales,
la eliminación de autoanticuerpos, inmunosupresores, antivirales para herpes
virus reactivados, antioxidantes, soporte mitocondrial y generación de energía
mitocondrial”; pero, lamentablemente, “la mayoría necesita ser probado
clínicamente, lo que debería suceder con urgencia”.