Hay algunos razonamientos, a los que recurrimos, que nos
engañan sin que nos demos cuenta.
Cuando confundimos la causa y el efecto
Este recurso se toma, a menudo, con humor: «La naturaleza es
previsora. Hizo crecer manzanas en Normandía, sabiendo que es precisamente en
esta región donde se bebe tanta sidra». Se expresa también en la vida
cotidiana, como en los ejemplos siguientes. «Es normal que estés cansado si
estás tomando antibióticos». La idea bastante común de que los antibióticos
fatigan viene efectivamente de la comprobación de que los dos fenómenos a
menudo coinciden y de que hay, en consecuencia, una relación de causa y efecto
entre los dos. En realidad, si nos sentimos cansados, es por la enfermedad
contra la cual el médico ha prescripto los antibióticos y no a consecuencia del
tratamiento. «Cada vez que aparece la policía en este cruce, ¡es un lío!» El
razonamiento inverso es más probable: debido a un problema de tránsito la
policía ha venido a ordenarlo.
A veces, establecemos vínculos entre sucesos que no
tienen ninguna relación entre ellos, ya que sobreestimamos la probabilidad de
coincidencias. El azar, según los casos, será llamado suerte, mala suerte,
destino, golpe de suerte o fatalidad, como si fuera necesario dar un sentido a hechos
fortuitos e independientes unos de otros. Leemos una palabra poco corriente o
técnica y, al día siguiente, nos sorprendemos de encontrarla nuevamente en otro
contexto. Pensamos entonces que una coincidencia es imposible y que estamos
recibiendo una especie de señal. Ahora bien, las palabras de poco uso o las
informaciones curiosas llaman precisamente nuestra atención porque son poco
habituales y cuando las encontramos otra vez, al tiempo, en circunstancias
diferentes, recordamos la primera aparición porque nos parece insólito. Cuando
decimos: «Estaba paseando y como por casualidad» esto significa que no creemos
en el azar y que nuestro cerebro busca de manera sistemática cómo dar un
sentido a las informaciones que procesa.
La fuerza del gesto
Siéntese con la espalda bien recta y sonría. Sin duda ya se
siente mejor. Incluso si está dubitativo, sepa que la postura corporal y las
expresiones faciales influyen en la manera en que procesamos las informaciones.
Investigadores pidieron a estudiantes que miraran un dibujo animado, unos con
una lapicera entre los dientes (o sea, imitando una sonrisa), otros con la boca
en forma de aro alrededor de la lapicera. Conclusión: los primeros consideraron
la película más divertida que los otros. No somos conscientes de ello, pero el
simple hecho de realizar la mímica de una emoción influiría en la vivencia emocional. Ese tipo de recurso llamado sensoriomotor da testimonio de
extrañas relaciones entre el cuerpo y el cerebro. Se puede, en cierta
medida, obrar sobre el estado afectivo simplemente simulando expresiones y
posturas. Por ello, deberíamos alzar la cabeza y esforzarnos por sonreír lo más
posible.