¿Es reduccionista ceñirse a un número al medir la
inteligencia? ¿O es un punto de partida para ir más allá?
La herramienta elaborada por Binet, llamada escala métrica de la inteligencia, fue adaptada por otros psicólogos y tomó la forma
de los tests de CI que conocemos hoy. La evaluación más empleada es la del
estadounidense David Wechsler, concebida en 1939 y de la que existen varias
versiones de acuerdo con la edad. Estos tests, que se adaptan a cada
cultura, se actualizan y se contrastan cada diez años aproximadamente, y miden no
sólo la inteligencia, sino también el resultado de su funcionamiento en ciertos
ámbitos (comprensión lingüística, razonamiento y lógica, facultades visuales
y espaciales, velocidad del proceso, memoria de trabajo). Permiten situar a un
individuo con relación a un promedio fijado en 100. Una inteligencia llamada
normal se define, estadísticamente, por un CI entre 85 y 115, a esta gama
pertenece más del 68,2% de la población.
Qué evalúan las mediciones de CI
Estas mediciones son, sin embargo, parciales y no
intentan medir la inteligencia en forma absoluta. Se asocian con otros
elementos, tan sólo posibilitan que los psicólogos circunscriban el funcionamiento
cognitivo de un niño o de un adulto para ayudarlo a superar algunas
dificultades y a orientar sus estudios o su carrera. Asimismo, estos tests se
emplean para determinar el impacto de una patología o de una lesión cerebral.
El caso de los superdotados
Más arriba de un promedio de 130 en los tests de CI, se
habla de un niño superdotado o precoz o de un adulto con «un alto potencial»
(AP). Las estadísticas muestran que poco más del 2% de la población se
encuentra incluida. Los superdotados no son, por fuerza, genios o enciclopedias
vivientes, pero su sistema de pensamiento y su memoria les permiten
comprender más rápido y, por lo tanto, interesarse en varias cosas. Sus
conexiones neuronales serían más veloces y se desplegarían simultáneamente en
todo el cerebro. Paralelo a esto, los superdotados tienden a absorber en el
mismo plano todas las informaciones percibidas, de allí una actividad
cerebral más intensa. Razonan con intuición y en imágenes, procesan los datos
por asociación de ideas y, en ocasiones, con tanta velocidad que presentan
dificultades para estructurar y formular su pensamiento. Pueden tener un
perfil afectivo especial, que los hace frágiles. Evalúan sin cesar los
riesgos del fracaso o del error, que soportan con dificultad. Esta sensibilidad
exacerbada se torna dolorosa a medida que se acentúan las diferencias con el
entorno, al principio de las dificultades de integración. Algunos superdotados
desarrollan una falsa personalidad que corresponde, no a lo que son en realidad,
sino a lo que se espera de ellos. De esto surge un estrés por adaptarse que,
a menudo, resulta difícil de llevar. Quizá necesiten ayuda psicológica para
manejar sus diferencias y desarrollar un gusto por el esfuerzo para el cual sus
aptitudes no lo prepararon, también para abordar su vida con suficiente
madurez. Con el fin de paliar estos problemas se crearon algunas asociaciones
de superdotados (por ejemplo, Mensa) que facilitan intercambios entre jóvenes o
adultos con la misma diferencia.