Descubra todos los beneficios que acarrea cultivar la
autoestima.
La autoestima, en cualquier nivel, es una experiencia
íntima; reside en el núcleo de nuestro ser. Es lo que yo pienso y siento
sobre mí mismo, no lo que otros piensan o sienten sobre mí.
Cuando somos niños, los adultos pueden incentivar o no el respeto
por nosotros mismos, según que nos respeten, nos amen, nos valoren y nos alienten
a tener fe en nosotros mismos, o no lo hagan. Pero aún en nuestros primeros años
de vida, nuestras propias elecciones y decisiones desempeñan un papel crucial en
el nivel de autoestima que a la larga desarrollemos.
Estaremos lejos de ser meros receptáculos pasivos de las
opiniones que los demás tengan de nosotros. Y de todos modos, cualquiera que
haya sido nuestra educación, como adultos, la cuestión está en nuestras manos.
Nadie puede respirar por nosotros, nadie puede pensar por nosotros, nadie puede
imponernos la fe y el amor por nosotros mismos. Puedo ser amado por mi familia,
mi pareja y mis amigos, y sin embargo no amarme a mí mismo. Puedo ser admirado
por mis socios y considerar no obstante que carezco de valores. Puedo proyectar
una imagen de seguridad y aplomo que engañe a todo el mundo, y temblar
secretamente porque me siento inútil. Puedo satisfacer las expectativas de los demás
y no las mías; puedo obtener altos honores y sin embargo sentir que no he logrado
nada; puedo ser adorado por millones de personas pero despertar cada mañana con
una deprimente sensación de fraude y vacío. Alcanzar el “éxito” sin alcanzar una
autoestima positiva es estar condenado a sentirse como un impostor que espera
con angustia que lo descubran.
¿Cómo se cultiva la autoestima?
Así como el aplauso de los otros no genera nuestra
autoestima, tampoco lo hacen el conocimiento, ni la destreza, ni las posesiones
materiales, ni el matrimonio, ni la paternidad o maternidad, ni las obras de
beneficencia, ni
las cirugías estéticas. A veces estas cosas pueden hacernos sentir mejor con
respecto a nosotros mismos por un tiempo, o más cómodos en determinadas
situaciones; pero comodidad no es autoestima.
La mayoría de las personas busca la autoconfianza y el
autorrespeto en todas partes menos dentro de sí misma, y por ello fracasa
en su búsqueda. Veremos que la autoestima positiva se comprende mejor como
una suerte de logro espiritual, es decir, como una victoria en la evolución
de la conciencia. Cuando comenzamos a concebirla de este modo, como un estado
de conciencia, descubrimos la necedad de creer que la alcanzaremos solo con
lograr que los demás se formen una impresión positiva de nosotros mismos.
Dejaremos de decirnos: si pudiera lograr otro ascenso, si pudiera ser esposa y madre;
si pudiera ser considerado un buen padre, si pudiera comprarme un auto más grande,
si pudiera escribir otro libro, adquirir otra empresa, recibir otro premio,
lograr un reconocimiento más de mi “abnegación”..., entonces me sentiría
realmente en paz conmigo mismo. Nos daremos cuenta de que, puesto que la
búsqueda es irracional, ese anhelo por “algo más” existirá siempre.
La verdadera naturaleza de la autoestima
Cuando apreciamos la verdadera naturaleza de la autoestima,
vemos que no es competitiva ni comparativa. La verdadera autoestima no se
expresa por la glorificación de los demás o por el afán de ser superiores a
los otros o de rebajarlos para elevarse uno mismo. La arrogancia, la jactancia
y la sobrevaloración de nuestros logros son más bien una autoestima equivocada
y no, como imaginan algunos, un exceso de autoestima.