Aunque nos gusta pensar que el estrés desaparecerá con el
paso del tiempo, lo cierto es que debemos tomar las riendas de la situación y
combatirlos por nuestros medios.
Sería muy alentador pensar que la mayor parte del estrés que
padecemos va disminuyendo a medida que envejecemos: las presiones laborales son
cosa del pasado, los hijos ya son adultos y se cuidan por sí solos, la hipoteca
ya está pagada… De hecho, investigaciones realizadas en todo el mundo, incluida
la de la Asociación Estadounidense de Psicología, concluyeron que a medida que
envejecemos manejamos mejor los estados de estrés. Pero es claro que
nadie está exento de sufrirlo y, más allá de las preocupaciones diarias, pueden
afectarnos algunos factores específicamente relacionados con la edad, como
enfermedades, inmovilidad o el pesar por la pérdida de un ser querido.
Los efectos nocivos del estrés
Muchas investigaciones sostienen que el estrés frecuente
acelera el envejecimiento del cerebro. Científicos de la Universidad
McGill, de Canadá, hicieron un seguimiento de 50 personas mayores durante cinco
o seis años. Correlacionaron los niveles de cortisol (la hormona del
estrés) con el tamaño del hipocampo (el área del cerebro responsable de la
memoria) y a la vez midieron el grado de deterioro de la memoria.
Concluyeron que aquellos pacientes que tenían altos niveles de cortisol
resolvían peor los tests de memoria y presentaban el hipocampo más pequeño que
quienes mostraban niveles bajos. Estos resultados sugieren que el aumento de
la secreción de cortisol está relacionado con el riesgo de sufrir daños
cognitivos leves durante la vejez.
¿Es estrés o ansiedad?
Existe una diferencia entre el estrés y la ansiedad, aunque estos
términos suelen emplearse indistintamente. El estrés es producto de una
causa identificable, como una mudanza, mientras que la ansiedad se debe
más a una preocupación general sobre algo que puede suceder en el futuro,
como una enfermedad. La ansiedad puede convertirse en una afección clínica –el estrés
no entra en la clasificación de trastornos mentales– y se le trata por
medio de terapia o medicación, mientras que el estrés suele ser temporal y
termina una vez que la causa desaparece. Investigaciones realizadas en la
Universidad de California sugieren que a pesar de que la gente mayor tiende a
ser menos ansiosa que la joven, un 25% padece síntomas de ansiedad, y a medida
que envejecemos, la frecuencia de casos de ansiedad aumenta al doble, en comparación
con los de estrés. Está de más decir que durante la vejez es totalmente normal
sentir ansiedad con respecto al futuro, pero como demuestra un estudio de 2007,
llevado a cabo en la Universidad de Melbourne, Australia, la preocupación
prolongada puede disminuir la calidad de vida y aumentar el riesgo de
padecer otros problemas físicos y mentales como hipertensión, depresión y
deterioro cognitivo. En última instancia, la ansiedad no cambia las cosas, por
lo que la mejor solución para combatirla es intentar romper el ciclo. La buena
noticia es que puede lograrse.