El humor es una herramienta fundamental en todas las
relaciones, pero no puede faltar en la pareja.
Fuente: buenavibra.es
El humor es un sentimiento placentero que proviene de lo
mejor de nosotros. Hasta reírnos de nosotros mismos supone no tomarnos tan a la
tremenda nuestras acciones y ser piadosos con ellas. Lo que no ayuda es la
devaluación constante de las propias capacidades, la extrema exigencia, la
culpa y el replanteo por lo que no sale como lo planeamos. Por lo tanto, el
humor es ante todo un refuerzo positivo para el yo personal.
Justamente, este sentimiento es muy valorado a nivel social
y se constituye en un foco de atracción para la conquista amorosa. El humor
suele ir acompañado de extraversión, lo cual refuerza las ganas de estar juntos.
Existen personalidades que tienen más facilidad para este sentimiento
agradable, son más abiertas y optimistas. Por lo general, este tipo de personas
se gestan en redes familiares donde el humor y la comunicación son parte
importante de la interacción, aún bajo situaciones críticas.
En cambio, existen otras personalidades que viven bajo
tensión constante, perciben problemas donde no los hay y, si los hay, los
sobredimensionan. Viven el ocio como un tiempo que debe ser organizado para
sentir que cumplen con algún orden, y no aceptan que los demás se relajen. Estos
sujetos son introvertidos o están ensimismados en sus dilemas mentales. Entre
el extremo de la racionalidad por un lado, y la afectividad y sensibilidad por
el otro, existen muchos grises que dependerán de cómo las experiencias de la
vida impacten en las personas.
Rasgos de las parejas felices
También suele suceder que el optimismo no es una característica de base, aparece luego de haber atravesado situaciones traumáticas
por las cuales la mirada sobre la vida y la muerte cambia totalmente. Esta capacidad
de salir fortalecido después de las crisis se denomina “resiliencia”.
Las parejas se fortalecen cuando la capacidad para
disfrutar está presente. El entusiasmo potencia la imaginación y la
voluntad que mueve toda acción. Justamente, el pudor y las preocupaciones por
cumplir y ser buenos amantes conspiran en contra del placer. Las personas
extravertidas viven la sexualidad con plenitud y la trasmiten a sus parejas.
Se animan a probar variantes sexuales, lo cual ayuda a
evitar la monotonía. Pero no todo es “color de rosa”; puede suceder (y con
mucha frecuencia) que uno de los miembros de la pareja goce de esa capacidad, y
el otro no. Esa desigualdad puede crear conflictos, ya que la mirada sobre
los hechos potencia las diferencias. Respetar las formas individuales sin
que se altere la esencia del vínculo debería ser una regla de acuerdo: ambos
pueden aprender de la opinión ajena. Sin embargo, se complica cuando uno, con
su forma, es displicente o desaprueba al otro: “vos te tomás las cosas a la
ligera”, “y vos te la pasás quejándote todo el día”.