Con las restricciones de exposición al sol actuales, es
frecuente observar deficiencia de vitamina D.
La vitamina D es una hormona que la piel fabrica con
ayuda de la luz solar. Es difícil obtenerla en cantidades suficientes por
medio de la dieta. Cuando nuestros ancestros vivían al aire libre en regiones
tropicales y andaban por ahí semidesnudos, lo anterior no suponía problema
alguno, puesto que sintetizaban toda la necesaria gracias al sol. No obstante,
hoy, el 90 por ciento de la gente pasa unas 22 horas diarias bajo techo, según
asegura un estudio de la Agencia de Protección Ambiental de los Estados Unidos.
Y cuando salen, muchos se embadurnan en protector solar, tal como han enseñado
los médicos, con el fin de protegerse de los peligrosos rayos ultravioleta que
pueden causar cáncer de piel. Este producto puede reducir nuestra producción
natural de vitamina D, así que para compensar se sugieren ingerir píldoras.
Sin embargo, los complementos en cuestión también están reprobados. Uno de los
ensayos clínicos más extensos —en el que se administraron altas dosis de este
compuesto a 25.871 participantes por cinco años— descubrió que no hubo
correlación entre su consumo y evitar el cáncer, cardiopatías o apoplejías.
Óxido nítrico
¿Cómo pudimos equivocamos de esa manera? ¿Cómo es posible
que aquellos con bajas concentraciones de vitamina D tengan mayor incidencia de
tantas enfermedades y que los suplementos no los ayuden a mitigarlos? Un grupo
de investigadores argumenta que lo que hacía que las personas con altos niveles
de vitamina D gozaran de tan buena salud no era el nutriente en sí, este era
solo un efecto secundario. Las concentraciones de esta eran elevadas porque se
exponían lo suficiente a la verdadera causa de su buena salud: esa gran bola
naranja que brilla en el cielo y es sinónimo de vida y alegría. Uno de dichos
investigadores es un dermatólogo de la Universidad de Edimburgo llamado Richard
Weller. Durante años, Weller creyó en la naturaleza destructiva de los rayos
solares. Hace una década, Weller estaba investigando el óxido nítrico, una
molécula producida por el organismo: dilata los vasos sanguíneos y reduce la
presión arterial. Se percató de un mecanismo biológico, desconocido hasta
entonces, mediante el cual la dermis utiliza luz solar para sintetizar óxido
nítrico. Ya se sospechaba que la incidencia de hipertensión, cardiopatías,
apoplejías y muertes en general aumenta entre más se aleja uno del soleado
ecuador y durante los meses más oscuros. Cotejando estos datos, Weller tuvo
una intuición: ¿exponer el tegumento (todo lo que separa al cuerpo del
exterior) a la luz solar podría reducir la presión arterial? Cuando hizo que un
grupo de voluntarios recibieran el equivalente a 30 minutos de sol sin
protectores, confirmó su sospecha: la presencia de óxido nítrico aumentó y
la presión sanguínea descendió. Por su nexo con las cardiopatías y las
apoplejías, esta última es la mayor causa de muerte en el mundo; la magnitud de
la reducción lograda bastaba para prevenir millones de muertes a escala global.
Pero ¿tal exposición no incrementaría el riesgo de sufrir cáncer de piel? Sí,
pero este cobra un número bajo de vidas. Por cada muerte a manos de este mal,
las enfermedades cardiovasculares causan casi 80. La gente no sabe esto porque
el término “cáncer de piel” engloba un gran número de trastornos. El más común,
por mucho, son los carcinomas basocelulares y espinocelulares, que casi nunca
son letales. “De hecho, cuando le diagnosticó carcinoma basocelular a un
paciente, lo primero que hago es felicitarlo porque saldrá de mi oficina con
una expectativa de vida mayor a la que tenía cuando entró”, afirma Weller.
Quizá lo diga porque quienes presentan estas formaciones ligadas a la
exposición solar tienden a ser individuos activos que se ejercitan al aire
libre y reciben suficiente luz natural. El melanoma, la variante mortífera,
es mucho menos común. Representa apenas entre 1 y 3 % de los casos. Y se
encuentra en menor proporción en los trabajadores al aire libre que en quienes
lo hacen bajo techo. “El factor de riesgo del melanoma parece ser la
intermitencia de la luz y las quemaduras solares, en especial cuando se es
joven”, apunta Weller. “No obstante, la evidencia indica que existe una
relación entre la exposición prolongada y una menor propensión al melanoma”.
Estas opiniones se antojan radicales dentro de la comunidad dermatológica.
“Sabemos que el melanoma es mortal”, apunta el doctor David Leffell, de la
Universidad Yale, “y que la gran mayoría de los casos se deben a la exposición
solar. Así que debemos ser cautelosos”. Sin embargo, Weller siguió hallando
evidencias que contradicen la versión oficial de evitar el sol. Algunas de las
más contundentes provienen del doctor Pelle Lindqvist, investigador en
obstetricia y ginecología del Instituto Karolinska de Suecia.
Defensores de la exposición al sol
Lindqvist dio seguimiento a los hábitos de asoleo de casi
30.000 mujeres en Suecia por más de veinte años. Originalmente pretendía
estudiar los coágulos sanguíneos que, según descubrió, se encontraban con menor
frecuencia en aquellas que pasaban más tiempo bajo el sol; además era poco
habitual verlos aparecer en verano. A Lindqvist también le interesó la diabetes
tipo 2. Como lo suponía, la incidencia era menor entre las devotas al sol. ¿El
melanoma? Sí, aquellas que se bronceaban más corrían mayor riesgo de padecerlo,
aunque las probabilidades de morir por tal motivo eran ocho veces menores. Así
que decidió revisar las tasas generales de mortalidad, y los resultados fueron
escandalosos. A lo largo de las dos décadas de investigación, quienes evitaban
el sol tenían el doble de posibilidad de perecer que quienes lo buscaban. No
hay muchos hábitos cotidianos que dupliquen la propensión a morir. En un
estudio difundido por el Journal of Internal Medicine en 2016, el equipo de
Lindqvist lo puso en perspectiva: “Evitar la exposición solar es un factor de
riesgo tan dañino como fumar, en términos de expectativa de vida”. Para el
experimento más extenso de Weller hasta la fecha, publicado en febrero de 2020,
su equipo dio seguimiento a la presión arterial de 340.000 participantes en
2.000 puntos ubicados en los Estados Unidos, considerando variables como la
edad y el tipo de piel. Los resultados mostraron que la razón por la que las
personas en climas soleados tienen la presión arterial más baja es porque su
piel recibe más luz.