Redescubra la
potencialidad del sentido del tacto con las experiencias que le proponemos a
continuación y estimule los sentidos.
El tacto se
diferencia de la vista y del oído porque permite un contacto directo con los
otros. Es el primer sentido que se desarrolla y, sin duda, el más
importante, ya que no podríamos vivir totalmente privados de estímulos táctiles.
Nuestros intercambios sociales pasan por la mirada y la palabra, pero también
por el tacto, que expresa de maravillas el afecto y la ternura.
1. Masajee y hágase un masaje
La mano es
una de las zonas del cuerpo en la que los receptores sensoriales son más
numerosos. Cuando damos un masaje a alguien, sentimos ínfimas
variaciones en el cuerpo que tocamos: tensiones musculares, cambios de temperatura...
Por el contrario, cuando recibimos un masaje, diferenciamos los contornos
de nuestro propio cuerpo que se revelan gracias al contacto con las manos.
2. Intente hacerse cosquillas
La risa que
provocan las cosquillas es un reflejo que se desencadena por el efecto
sorpresa. Dos experiencias, hechas una en la Universidad de California y la
otra en el Instituto de Neurología de Londres, demostraron que somos capaces
de resistir a las cosquillas gracias a que se activa una zona del cerebro ubicada en el cerebelo. Cuando intentamos hacernos cosquillas a nosotros
mismos, esta zona se activa automáticamente, por lo tanto, no reaccionamos a
nuestros propios estímulos. Este mecanismo de inhibición nos permitiría
ignorar algunas sensaciones para dejarnos más receptivos a otras, que, al no
poder anticiparse, necesitan una reacción de adaptación.
3. Toque con las manos y los labios
En toda su
superficie, nuestra piel encierra receptores y terminaciones
nerviosas que nos permiten sentir el calor y el frío, lo suave y lo rugoso,
la humedad y lo seco... Estos receptores no están repartidos de forma homogénea.
La cara y las manos son los que más poseen. Si dibujáramos una silueta humana
en función de estos criterios, obtendríamos una figura que tendría manos inmensas,
un gran rostro con una boca desproporcionada, miembros y pies pequeños y una espalda
más reducida que el torso. Esta densidad particular de sensores pone de manifiesto
nuestra diferencia de sensaciones según que toquemos con las manos, los pies o los
labios.
4. Camine con los pies descalzos
Experimentará en
forma diferente un piso liso y cálido, un suelo de mármol frío o una alfombra
de hilos suaves. También puede probar en el exterior: sobre la hierba, en la arena,
la tierra... Cada una de estas superficies estimulará, a su manera, los
receptores táctiles que cubren la planta de sus pies.
5. Toque con los ojos cerrados
Cuando nos
disponemos a apoyar las manos en una superficie, el hecho de verla antes de tocarla
nos permite prever lo que vamos a sentir. Para desarrollar los sensores táctiles,
basta con tocar... ¡con los ojos cerrados! Coloque en una caja grande materiales
distintos: una tela húmeda, una taza que había sido enfriada de antemano
durante unos diez minutos, un trozo de seda, una hoja de papel de lija, una
piedra calentada al sol, una hoja seca, un cartón ondulado, una bola de lana...
Cubra la caja con una servilleta, deslice las manos bajo la tela y pasee sus
dedos al azar. El efecto sorpresa y tantear a ciegas le permitirán percibir
con mayor agudeza y apreciará mejor la riqueza de las sensaciones táctiles.
6. Pruebe sus sensaciones térmicas
La sensación
de frío o de calor es relativa: sentimos menos la temperatura que sus variaciones.
Una sencilla experiencia puede aclararlo. Sumerja una mano en agua fría, la
otra en agua caliente, luego las dos en agua tibia. Ésta última le parecerá
caliente o fría según qué mano sea. Esta sensibilidad térmica resulta
tanto más importante cuanto más rápida es la variación de temperatura y la
superficie de la piel expuesta es mayor (por ejemplo, todo el cuerpo en una piscina).
En el caso de temperaturas medias, enseguida se produce una adaptación que
logra que no sintamos más el frío de la piscina o el calor el baño.