¿Es posible ser piadoso con quien no lo ha sido con uno? Nuevas investigaciones revelan que, al menos, vale la pena intentarlo.
Cómo nos afecta físicamente la ira
Karsten Mathiasen, danés de 40 años que
administraba un circo, llevaba semanas lleno de rabia. Varios meses antes, su
esposa lo había dejado por otro hombre.
Agobiado de
odio por el amante de su mujer, Karsten pasaba las noches en vela, sintiendo un
dolor cada vez más grande en las entrañas, obsesionado con pensamientos de
venganza. Empezó a beber por la noche para conciliar el sueño.
La
preocupación que veía en sus dos hijos pequeños terminó por convencerlo de
buscar una entrevista con el hombre al que tanto odiaba.
Cuando se
conocieron, en una cafetería de Copenhague, Karsten se dio cuenta de que quería
perdonar al nuevo compañero de su esposa. En vez de una taza de café se tomaron
muchas, y pasaron horas hablando.
En el
camino de regreso a casa, Karsten comprobó, asombrado, que ya no albergaba
cólera ni tristeza y, sobre todo, que se sentía bien físicamente… por primera
vez en meses. Esa noche durmió como un bebé, y despertó con la mente despejada
y el cuerpo relajado.
“Perdonar fue un gran regalo que me hice a mí mismo”, dice.
Solemos
creer que perdonar es algo que hacemos por el bien de otras personas, pero
recientes investigaciones indican que la realidad es más que eso. “Cuando
alguien decide perdonar, se producen cambios en su fisiología”, dice el doctor
Robert Enright. Como fundador del Instituto Internacional del Perdón y autor de The Forgiving Life (“Vivir inclinado a perdonar”) y 8 Keys to Forgiveness (“Ocho claves para el perdón”), Enright lleva
tres décadas investigando el poder curativo de esta acción. “Perdonar ayuda a
deshacerse de lo que llamamos ira tóxica —explica—, la cual literalmente puede
matar a una persona”.
Los efectos benéficos del perdón en la salud
En un estudio de 2009
publicado en la revista Psychology and Health, Enright y sus colaboradores
examinaron los efectos del perdón sobre la salud cardíaca de enfermos del
corazón. Observaron que quienes habían decidido perdonar presentaban una
afluencia mucho más abundante de sangre al corazón hasta cuatro meses después
de haber perdonado.
Son
hallazgos que cabía esperar desde el punto de vista fisiológico. Cuando las
ideas de violencia y venganza invaden el cerebro, se activan a la vez las dos
partes del sistema nervioso autónomo: el simpático, que infunde energía, y el
parasimpático, que tranquiliza. El primero es como el acelerador de un auto, y
el segundo como el freno. ¿Qué pasaría si se pisara el freno mientras se
acelera? No sería un viaje agradable, y son justamente señales contradictorias
y estresantes como éstas, las que el corazón y el resto del cuerpo reciben si
está resentido todo el tiempo.
La salud
cardíaca no es la única beneficiada. Un estudio de 2011 presentado a la
Sociedad de Medicina de la Conducta reveló que el perdón tal vez ayude a
aliviar el insomnio, y otro estudio, realizado en el Centro Médico de la
Universidad Duke, en Carolina del Norte, indicó que puede fortalecer el sistema
inmunitario de las personas infectadas con VIH. Cada año las investigaciones
muestran que el perdón contribuye a curarlo todo, desde el insomnio hasta,
quizás, el cáncer.
A Rosalyn Boyce se le arruinó la vida cuando un hombre irrumpió en su domicilio, en Londres, y la violó mientras su hija de dos años dormía en el cuarto contiguo. Tres semanas después el delincuente, un violador múltiple, fue capturado y condenado al equivalente de tres vidas en prisión.
Sin embargo, la
pesadilla estaba lejos de terminar para Rosalyn. El recuerdo del ataque le acaparaba
el pensamiento y para huir de él tuvo que mudarse; no podía ni comer. Los
médicos le diagnosticaron trastorno de estrés postraumático y depresión
reactiva, y le recetaron fluoxetina y tranquilizantes.
Rosalyn
empezó a beber una botella de vino todas las noches para olvidar su
sufrimiento. Ante el deterioro de su salud física y mental, comprendió que
debía buscar alivio por sí misma. A fuerza de terapia y estudio, descubrió que
la única manera de sanar era perdonar a su agresor. “Para mí, el perdón
significaba ya no tener que sentir ningún vínculo con el hombre que me violó y
poder liberarme del ataque”, escribe. “Una vez que decidí entender así el
perdón, me saqué de encima un peso inmenso”.
En julio de
2014 Rosalyn pudo por fin ver cara a cara a su agresor y perdonarlo gracias a
un programa de justicia de desagravio. “Después, estaba eufórica”, cuenta. “Ya
no pienso en la violación. Se disipó como una bocanada de humo”.
Pocas
personas entienden mejor en qué consiste el perdón que Marina Cantacuzino,
fundadora y directora de The
Forgiveness Project, un
sitio web y una serie de exposiciones que cuentan las historias de personas de
todo el mundo —incluida la de Rosalyn Boyce— para explorar las posibilidades y
los límites del perdón.
“Perdonar una ofensa no supone aprobarla ni justificarla”,
explica esta ex periodista y activista británica para desmentir semejante mito.
Otro error común es pensar que el perdón exige reconciliarse con el ofensor. No
es así. Se puede perdonar sin tener que restablecer la relación. Sin embargo,
el perdón exige un replanteamiento del pasado: contemplar la ofensa y al
ofensor a través de una lente más amplia y compasiva.
Marina también dice que
perdonar no implica renunciar al derecho de recibir justicia. Podemos perdonar
a alguien y aun así es posible que esa persona tenga que purgar una pena de
cárcel o pagar un precio por lo que hizo. De hecho, una de sus definiciones
favoritas es de un preso: “El perdón es renunciar a toda esperanza de un pasado
mejor”.
Luego de
mudarse de Inglaterra a Líbano en 1966 y ver cómo este país se desgarraba en
una guerra civil que duraría 15 años, Alexandra Asseily sufría al no poder
creer que el ser humano fuera capaz de tanta violencia. “Yo necesitaba perdonar
a quienes convirtieron al Líbano de un país encantador a un montón de ruinas”,
señala esta psicoterapeuta. Decidió pasar un tiempo charlando con hombres que
habían peleado brutalmente en el conflicto. “Cuando pude verlos como seres humanos
en vez de como monstruos, comprendí que había superado mi propia prueba”.
En 1984
Alexandra ayudó a fundar el Centro de Estudios Libaneses en la Universidad de
Oxford, donde se dedica a promover el perdón como instrumento de paz y
curación. Dice que en este trabajo suele encontrar personas que han caído
enfermas. Describe a una mujer que vive en Roma, la cual permaneció muchos años
junto a su esposo infiel y ahora está muriendo de cáncer. “Está amargada, y
creo que se ha carcomido por dentro”, dice Alexandra, aunque reconoce que la
relación entre ira y cáncer aún no se demuestra científicamente.
Quizás ese
nexo pronto se confirme. Robert Enright se asoció con el oncólogo eslovaco
Pavel Kotoucˇek en un estudio que examinará si el perdón puede ser útil en la
lucha contra el cáncer. Kotoucˇek dice que en Eslovaquia e Inglaterra ha
atendido a muchos pacientes en los que la amargura parecía actuar como
inmunosupresor. “Hay pruebas sólidas de que, si se lograra mejorar la reacción
inmunitaria de un enfermo de cáncer, es posible controlar la enfermedad”.
El estudio se realizará
en toda Europa gracias a la alianza de instituciones Myeloma Patients Europe y
dará a los pacientes una terapia basada en el perdón junto a tratamientos
ortodoxos como la quimioterapia, la radioterapia y los trasplantes de médula
ósea y de células madre.
Para Azaria
Botta, profesora de 33 años residente en Vancouver, Canadá, pelearse con una de
sus mejores amigas fue lo que le abrió los ojos al poder curativo del perdón.
Corría el
verano de 2004 y Azaria estaba en un viaje de mochilera por Europa con esa
amiga. Las dos jóvenes habían partido llenas de emoción, recorrieron el Reino
Unido y luego llegaron a París. Allí, la amiga anunció a Azaria que la dejaría
una semana para emprender un viaje romántico con un joven mochilero de Columbia.
Azaria pasó
la semana sola en París, llena de enojo y decepción, y aquejada de extraños
dolores de cabeza y estómago. Siguió sufriendo incluso después de que su amiga
volvió a París y le ofreció mil disculpas.
De regreso
en Vancouver, el rencor de Azaria persistió… al igual que sus molestias
físicas. No fue hasta que su amiga le rogó que la perdonara y se reconciliaron
con lágrimas en los ojos cuando a Azaria se le fueron los dolores y le volvió el
apetito. Entonces ató cabos: su enojo era lo que la mantenía enferma. “Ya me
siento más tranquila —dice—. El primer paso fue deshacerme de esa furia”.
Los
expertos insisten en que no hay un solo camino hacia el perdón. “Es distinto en
cada persona”, dice Marina Cantacuzino. Hay quienes, tras años de vivir
consumidos por el odio y el miedo, deciden cambiar. Otros quizá conozcan a
alguien como el agresor o vean un programa televisivo que los motive a repensar
la situación.
Enright coincide en que el perdón puede adoptar muchas formas, pero en esencia es ofrecer buena voluntad a quien le ha hecho daño. “Puede ser mostrando respeto al ofensor, devolviéndole un llamado telefónico o hablando bien de él a otra persona”, dice. “La paradoja es que teniendo piedad de quien no la tuvo de uno, sana en lo emocional y, a veces, en lo físico”.