Cambiar la forma en que actuamos frente al estrés y los
problemas emocionales en la vida es el primer paso para una relación más sana
con la comida.
Algunos expertos lo comparan con un fumador que intenta
romper con los impulsos psicológicos que lo llevan a encender otro cigarrillo.
Comience por identificar los sentimientos que lo hacen comer cuando
realmente no lo necesita, tal como el fumador debe encontrar las conductas
que lo hacen recurrir al tabaco. Una forma de hacer esto es tener a mano un
anotador en la cocina. Después de servir la comida en su plato o tazón,
tómese un minuto para anotar lo que siente antes del primer mordisco. ¿Está
ansioso? ¿Enojado? ¿Triste, aburrido u ofendido? Tome nota de sus
sentimientos, luego coma. Más tarde, mientras coma, deténgase y escriba
cómo se siente. Si siente una mejora considerable ha podido establecer las emociones
que dominan sus hábitos alimenticios. La comida no puede resolver los
problemas de su vida. Puede hacerlo sentir mejor temporalmente, pero otras
estrategias también podrían resultar beneficiosas.
A continuación, encontrará soluciones que lo ayudarán a
superar el momento del deseo de comer, después del cual estaría fuera de
peligro.
1. Salga a caminar
Si está aburrido, estresado, o incluso enojado, es posible
que una caminata corta al aire libre sea más efectiva para su estado de
ánimo que un plato colmado. Probablemente sus ansias desaparezcan o disminuyan
en gran parte cuando termine esta actividad.
2. Recurra a la goma de mascar
A veces, lo que lo conduce a la heladera es sólo una
necesidad de mover la mandíbula, masticar algo, que puede saciarse con goma de
mascar. Tenga varios paquetes de esta golosina libre de azúcar en la casa y la
oficina para que, cuando sienta el impulso de comer, pueda recurrir a ella de
inmediato. Es posible que se olvide de ese impulso por comer o que el hambre
continúe, lo que le indicará que este era real y que es hora de un buen
refrigerio.
3. No coma para relajarse; en cambio, relájese y después coma
Cuando llegue a su casa después de un día largo y ajetreado,
es posible que se sienta tentado por comer galletitas, papas fritas, o
cualquier cosa que ya esté lista para meterse en la boca, que lo sacará del
apuro hasta la hora de la cena. Pero gran parte de este hambre es, en realidad,
nervios o tensión. La próxima vez, intente esto: al llegar a su hogar, dedique
20 minutos para hacer algo que lo relaje de inmediato. Juegue en el piso
con sus hijos, estire los músculos un rato, tome una ducha caliente, corte el
césped de su jardín, o recoja flores para la mesa de la cena. Notará de repente
que no se muere de hambre, ¿verdad? La misma estrategia funciona durante el
día. Siempre que sienta que el estrés lo empuja a la máquina expendedora o a
la heladera, tómese el tiempo para relajarse. Si está sentado en su
escritorio, intente respirar lenta y profundamente cinco veces. Cuente hasta
cuatro cuando inhale, y luego exhale contando otra vez mientras gira la cabeza
y relaja los hombros. Notará que esa pausa es suficiente para disipar sus
ansias por comer. Si no es así, levántese, tome un vaso con agua y camine 10 minutos.
El agua podrá satisfacer el impulso oral de llevarse algo a la boca y la
actividad física lo distraerá y lo relajará.
4. Evite comer solo
Por supuesto, en ocasiones esto es imposible. Pero si
planifica la mayor cantidad de comidas que pueda con su familia o sus amigos,
disfrutará de este momento mucho más, comerá más lentamente, y luego se sentirá
lleno. Además, el contacto social lo ayudará a calmar el estrés, otra
fuente de alimentación emocional. Los investigadores abocados a las dietas han
descubierto que aquellos que comen por lo menos una vez al día con sus familias
(generalmente, la cena) tienen más posibilidades de ser más delgados, ingerir
alimentos más saludables, y tienen menos riesgos de sufrir enfermedades graves,
como cáncer y cardiopatías. Por cierto, si su familia se sienta frente al
televisor, se pierden todos los beneficios. Asimismo, es menos probable que se
exceda en la siguiente comida. Investigadores canadienses estudiaron a un grupo
de personas que almorzaban ya sea de a dos en una mesa o de pie solos en la
cocina. Si bien todos recibieron la misma cantidad de alimentos, en la
siguiente comida, los individuos que no gozaron de compañía ingirieron un 30
por ciento más que quienes sí lo hicieron.