Las personas que comen llevadas por las emociones deben aprender a controlar esos impulsos, antes de que la situación se les vaya de las manos.

En el pasado, bastaba con que las comidas tuviesen buen sabor, fueran sustanciosas y poco difíciles a la hora de prepararlas o de limpiar después. En otras palabras, nos contentábamos sólo con alimentarnos. Pero ahora, recurrimos a la comida para que nos levante el ánimo cuando nos sentimos mal, nos ayude a pasar el tiempo cuando estamos aburridos, nos relaje cuando estamos estresados, y nos gratifique cuando tenemos necesidades. En otras palabras, nos vemos obligados a comer en cualquier momento y por cualquier motivo. ¿Su jefe le gritó? Coma una golosina. ¿Es tarde a la noche y se siente solo? Necesita un poco de helado. ¿Tuvo una semana estresante? Una hamburguesa con queso y frituras parece ser la mejor solución. No es una sorpresa que asociemos la comida con la felicidad y el amor. Es el centro de casi toda reunión u ocasión especial. ¿Qué cumpleaños infantil está completo sin una torta? Incluso una boda no es tal sin esa torre de crema de varios pisos. Y todas las familias preparan esos infaltables banquetes con incontables delicias para las festividades. ¡Esas ansias por los carbohidratos! Si ansiáramos comer espinacas o zanahorias para sentirnos mejor y por mero deleite, no habría ningún problema. Pero la mayoría de nosotros desea cosas dulces y almidones simples (puré de papas, galletitas, pancitos crocantes), y esas comidas no les hacen ningún favor a nuestros corazones y cinturas. 

¿Por qué la comida chatarra es atractiva?

Por culpa de la biología. Los carbohidratos simples de las pastas, las galletas y las papas fritas liberan serotonina, el mismo antidepresivo natural que algunos medicamentos intentan recuperar en nosotros para nivelar la estabilidad emocional. Las mujeres parecen ser especialmente sensibles a los poderes de los carbohidratos. En un estudio reciente de la Universidad de Chicago, los investigadores ofrecieron a las mujeres dos versiones, “A” o “B”, de un jugo de frutas con el mismo sabor. Sin que lo supieran, las bebidas diferían en una forma significativa pero no detectable: una era alta en carbohidratos, y la otra en proteínas. Las participantes probaron ambas, y luego los investigadores les realizaron una larga entrevista sobre eventos tristes o estresantes. A lo largo de este cuestionario emocional, se les ofreció una opción entre las bebidas: cuanto más se angustiaban las mujeres, mayor era la posibilidad de que escogieran la bebida con carbohidratos. Las participantes también indicaron que la versión con carbohidratos tenía más sabor que la que contenía proteínas, si bien un panel de prueba independiente no pudo distinguir entre ambas. ¿Resulta sorprendente, entonces, que muchos se “automediquen” con carbohidratos simples cuando se sienten tristes?

Sobrecargados de carbohidratos

Desafortunadamente, la sobrecarga de estos mismos carbohidratos afecta su sistema y lo prepara para sufrir diabetes, inflamación de las paredes arteriales y una elevación del nivel de los triglicéridos y del colesterol malo. Una forma segura de acumular este tipo de grasa es ingerir grandes cantidades de carbohidratos simples. Llenan su sistema circulatorio con glucosa, o azúcar en sangre, y gran parte de esto se convierte en grasa que se acumula en la zona abdominal, cubre y rodea los órganos y eleva su riesgo de cardiopatía. Son un arma de doble filo, y ese es el problema: tal como ir de compras desenfrenadas, comer carbohidratos sin límites le levanta el ánimo sólo de manera temporal y es posible que se sienta culpable después. Y, por supuesto, querrá calmar esa culpa volviendo a la cocina para comer más alimentos dañinos.

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